Ya era
hora. Instalados en nuestro nuevo piso llegaba el momento de empezar la
universidad. Bueno, más bien de seguir tocándonos las pelotas pero acudiendo a
la vez a la semana de presentación Erasmus. Era miércoles y teníamos que estar
a media mañana en la Facultad de Artes para que nos leyeran unos powerpoints y nos dieran una carpetita
con información importante.
Cogimos
la línea verde de metro en Náměstí Míru, a cinco minutos de casa. Pero nadie
nos había comentado que en ella está la escalera mecánica más larga de Europa,
más de 100 metros de caída libre. Para que os hagáis una idea, si permaneces
quieto, tardas dos minutos y medio en subir/bajar. Y los que me conocéis sabéis
que llego tarde siempre, así que me siento como Jesús Calleja cada vez que me
toca correr, porque es tan larga y empinada que si bajas empiezas a marearte y
si subes acabas con taquicardia. Además no hay voluntarios al final de la
escalera esperándote para darte una palmadita en la espalda y una botella de
Powerade.
Obviamente,
llegamos tarde. Pero tampoco nos perdimos nada. Básicamente te cuentan dónde
está cada edificio de la Universidad, cómo tienes que hacer la matrícula y te
deleitan con una diapositiva final en la que te recomiendan que no cojas taxis
porque lo más probable es que te estafen o que aparezcas muerto en una cuneta.
Volvimos
a casa dando un paseo por el centro, y me dediqué a analizar la indumentaria de
los checos. En general visten un poco a su bola, y hay un importante sector
poblacional que tiene como icono de moda a Belén Esteban. Justo en la calle
principal hay un NewYorker de cuatro plantas que es una orgía de brillos,
cadenas, purpurina y colores flúor. Cuatro plantas dispuestas a provocarte un
desprendimiento de retina.
Para que
entendáis la gravedad de la situación, aquí la marca española más relevante no
pertenece al entramado Inditex. Ni siquiera es Mango o Cortefiel. LA MARCA MÁS
CONOCIDA ES DESIGUAL. CON DOS COJONES. Debe haber un mercado amplísimo de cincuentonas
votantes de Izquierda Unida y profesoras de Filosofía, porque no entiendo el
furor hacia ese cajón de retales que se convierten en prendas gracias a la
colaboración de modistas ciegas. Lucía Etxebarria sería muy feliz en esta
ciudad.
Comimos en el restaurante favorito de Ana, que se llama Demínka, y
volvimos a casa a vaguear y ver alguna serie bebiendo cerveza. Al día siguiente teníamos que ir al encuentro con los buddys, que básicamente son universitarios checos que se aburren mucho y deciden emborrachar a los Erasmus que acaban de llegar. Por cierto, el edificio de la foto es la Dancing House, que mola mucho y se supone que representa a Fred Astaire y Ginger Rogers dándolo todo en la pista.
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