lunes, 28 de octubre de 2013

/14/


Bueno que se me va de las manos y todavía no os he contado nada sobre la Universidad, que se supone que es a lo que he venido. O al menos lo que le he contado a mi coordinadora. Se acabó tener que madrugar toda la semana y atender a clases de tres horas. Cuanto más desarrollada es la educación de un país, menos vas a clase, eso es así. De hecho, la Karlova V Praze está entre las 100 mejores universidades del mundo. Tengo clase de lunes a miércoles, cinco asignaturas, en dos facultades distintas, Hollar (que está en el centro) y Jinonice (que está en Mordor):

Los lunes a las 14:00 voy con Amanda a Global Ethnographies, que es una asignatura de máster que todavía no sabemos de qué va. La profesora es húngara, muy maja, pero cada semana nos manda leer 200 páginas en inglés sobre temas tan apasionantes como la reforma agraria de Napoleón, el fracaso de la Tercera Vía de Blair o la compresión espacio-tiempo provocada por la Globalización. Comentarios semanales. Participación en clase. Trabajo final de 35 páginas. No sé cómo voy a aprobar esta asignatura.

Los martes a las 9:30 tengo European Comparative Politics and Society, que es mi asignatura soñada. Los que me conocen saben que ADORO comparar países entre sí. Y encima como somos 80 personas cada uno de un lugar del mundo, pues es como la ONU pero sin que me paguen por opinar. Me encanta hacer comentarios incendiarios en un inglés bananero, defender la independencia del País Vasco o decir que España no es una democracia. Y encima nadie se sorprende. Qué maravilla. Hay que leer muchos textos, hacer un trabajo y un examen final.

Después vuelvo a casa y una vez cada dos semanas tengo Contemporary American Cinema por las tardes con Ana y Amanda. Ves una película en tu casa, te lees un par de textos, ves una película en clase, se monta un debate y entregas dos ensayos durante el cuatrimestre. No parece muy exigente, pero la verdad es que cuando tienes que entregar trabajos en inglés de unas cuantas páginas, casi prefieres que te hagan un examen. El profesor es Michael Moore y no entiendo absolutamente nada de lo que dice porque es americano y habla inglés nativo.

Los miércoles a las 12:00 tenemos Media and Society, que consiste en llevar comentada una noticia sobre los medios cada semana y hacer un trabajo final, que Ana y yo lo hacemos con dos checas sexys con las que todavía no hemos hablado. El profesor bebe ginebra antes de entrar a clase y se dedica a hacer discursos mientras apaga y enciende el aire acondicionado. No es muy complicada pero a veces se generan debates interesantes.

Por último, después tengo Intercultural Communication Management, que básicamente es hacer performances como si estuviésemos en un episodio de Supernanny. Nada más entrar el primer día la profesora nos repartió unos papelitos. Cada uno éramos un país del mundo y teníamos que saludar a todo el mundo tal y como lo hacen allí. Durante las siguientes tres clases cada grupo de alumnos presentó su país y luego el resto preguntábamos. Muy divertido, y aprendí muchas cosas de países de los que no tenía ni idea. Además la presentación de España causó furor, porque a los europeos les parecemos graciosos aunque estemos contando dramones del Guernica y la Guerra Civil. La profesora actúa como Lourditas de Los Serrano y se asusta cuando alguien estornuda.

Como veis, todas las asignaturas están intrínsecamente relacionadas con el Periodismo y la Comunicación Audiovisual. Sinceramente, ojalá la UC3M se dé cuenta de que no tiene ningún sentido un plan cerrado de cinco años, porque al menos aquí puedo coger asignaturas con las que estoy aprendiendo y de temas que me interesan más que volver a dar Periodismo en la Red. No he faltado ni un día a clase y suelo leer todos los textos, así que creo que es compatible tomarse un poco en serio las cosas con un pedo continuo de miércoles a domingo.

sábado, 19 de octubre de 2013

/13/


Deberíais amarme. Comprendo que haya cientos de blogs en el mundo en los que la gente cuenta sus experiencias Erasmus con un Excel al lado, informando de cuánto cuesta el metro, el precio medio de la barra de pan o qué monumentos debéis visitar. Las guías de viajes ya cubren esa avidez informativa. Me gustan los datos, pero también me gusta la ginebra, y si puedo inundar mis vivencias, las inundo. Es extraño que nadie os cuente la percepción que tiene de un país nuevo, de un modo de vida que no se parece, ni de lejos, al que acostumbraba tener y de los claroscuros que tiene esto de vivir lejos de mamá.

Praga es una ciudad bellísima, de eso no cabe duda. Pero también es una ciudad repleta de contrastes. Yo diría que el 90% de la población tiene un Skoda Octavia, así que presupongo que respetan y apoyan al adalid de su industria. Pero también hay un 5% de ciudadanos que tienen magníficos Porsche, BMW relucientes o brillantes Ferrari que miran hacia los vagabundos y les roban la poca dignidad que les queda. También hay otro sector poblacional que llena de humo tóxico la ciudad y conduce coches de la época comunista, con chatarra en los asientos de atrás y el óxido carcomiendo la carrocería.

Soy un ignorante, así que no se si en otros países se puede palpar tan fácilmente la desigualdad, pero es llamativo descubrir que aquí la ciudadanía está separada por abismos insondables. De hecho, el otro día leí que República Checa es el país líder en consumo de metanfetamina. En Praga, si escoges la ruta incorrecta y acabas debajo de un puente o en una calle poco transitada, es normal ver a gente fumando crack. Y no seré yo el que demonice las drogas, desde luego, pero cuando te enfrentas a esa realidad de frente, te das cuenta de que quizá esas personas hubieran tenido vidas diferentes si papá Estado tuviese unos programas de reinserción más eficientes.

Creo firmemente que Europa ha sido siempre el estandarte del Estado del Bienestar y de la sociedad solidaria, la que no mira a otro lado y prefiere tender la mano antes que esposar la mano del que pide ayuda. Pero cuando ves que una persona baja del tranvía con una brecha en la cabeza y sangre cayendo por su cara, y te das cuenta de que el resto de los viandantes continúan su caminata sin girar la cara, te empiezas a preguntar dónde queda todo eso del Bienestar.

Cierto es que esta ciudad minimiza al máximo lo que en España consideramos agravios comparativos. Hasta el más pobre puede salir a cenar o a tomar una cerveza. El abono transporte para tres meses me ha costado 700 coronas, unos 30 euros, menos de lo que pagaba en Madrid por un mes. Las discotecas o bien son gratis o cuestan máximo unos 4 euros. Es fácil ser feliz aquí, al menos si lo comparas con las familias españolas echando cuentas y considerando el McDonalds como un lujo para satisfacer a los chavales.

Perdonad que me ponga reivindicativo, pero es que justo antes de venir leí un artículo en el que un economista sugería que España debía bajarse de la parra y empezar a competir con los países que realmente están a su altura, como Polonia y República Checa. Recuerdo que me sentó mal, y que pensé que debíamos pelear contra los líderes, Alemania o Francia. No entendía por qué nos comparaban con países tercermundistas. Ahora sé que la sociedad checa le da mil vueltas a la española en decenas de asuntos.

Para que os hagáis una idea, la semana que viene hay elecciones al Parlamento. El partido que estaba gobernando con mayoría absoluta ahora tiene poco más del 6% de apoyo en las encuestas. La tolerancia con la corrupción es nula, están muy quemados desde la caída del comunismo. Y sí, aún con mayoría absoluta, aquí el presidente dimitió. No fue por financiación ilegal, sino porque su secretaria, y amante, utilizó los servicios secretos del país para espiar a su mujer. Si el Caso Bárcenas estallase aquí, el Parlamento estaría ardiendo.

Esa es solo una de las múltiples razones por las que cada día me levanto y pienso que preferiría no volver jamás al país que me vio nacer y que espero que no me vea morir. Aunque sí espero que me vea crecer, al menos un tiempo, porque te das cuenta de que cuando estás fuera, dedicas gran parte de tu tiempo a añorar todas las cosas que has dejado atrás.

Echo de menos a mis amigos, a mi familia, y me doy cuenta de que son mucho más necesarios de lo que creía y de que me gustaría meterles a todos en un avión para que paseasen conmigo por las pedregosas aceras. Y compartir historias cervezas mediante. Porque esa es otra de las razones por las que me quiero quedar. Aquí las cañas son de medio litro.

viernes, 18 de octubre de 2013

/12/


La siguiente aventura era una excursión dominguera al campo. Yo no estaba muy a favor de escalar montañas el día antes de empezar las clases, pero como nos habíamos apuntado porque costaba solo seis euros, pues fuimos. Una vez más se nos fue la hora de las manos, pero habían presupuesto que habría europeos del sur apuntados, así que cuando llegamos todavía no se habían marchado.

Un gordito bonachón comentó que tendríamos que coger un tren, luego un autobús y después un tren de nuevo porque había habido un accidente de coche. Yo no entiendo que tiene que ver un accidente de coche con una línea ferroviaria, pero bueno, este país es así. El caso es que Bohemian Paradise, donde nos dirigíamos, está a unos 80 kilómetros de Praga, pero tardamos dos horas y media en llegar.

Los trenes la verdad es que deben ser de la época en la que Stalin partía la pana, porque yo me sentía como en un capítulo de Mad Men. Aquí las vías están construidas en medio de Narnia, así que las ramas golpean la ventana del tren y no puedes mirar porque te mareas. Ana se quedó dormida y yo me dediqué a jugar al Diamond Dash en el móvil. Bohemian Paradise es un parque nacional que a mí no me sorprendió en absoluto porque el paisaje es exactamente igual que el de mi pueblo, que está en la Ribeira Sacra. Eso sí, aquí las casas no eran de pizarra y piedra, sino más bien rollo Suiza, de madera y con los tejados muy empinados.

Andamos unas ciento treinta horas por la montaña hasta que llegamos a una piedra del tamaño de la Torre Picasso. Hubo gente que la escaló y gente que se quedó abajo cuidando las mochilas. A mí me parece un despropósito que la Universidad organice viajes en los que perfectamente puede morir alguien, pero como Ana estaba convencida de subir, pues subí yo también. Las vistas desde arriba eran increíbles, la verdad, pero bajamos porque un alemán con gorro se había motivado saltando piedras y estuvo a punto de caerse por el precipicio.

Después de visitar un castillo y de caminar otras doscientas cuarenta horas por el bosque, a las cuatro de la tarde llegamos a un restaurante en medio de la montaña. Ana y yo decidimos ir al baño y cuando volvimos estaban las ochenta personas sentadas en mesas de diez. Nos sentamos los dos solos en plan parejita y yo me dediqué a emborracharme porque me parecía una situación muy humillante. Cuando acabamos de comer nos propusieron volver a casa o seguir caminando hasta las nueve de la noche. Bendita democracia.

Volvimos a Praga con agujetas y un conato de gripe que no fue nada gracioso, porque el rollo de subir montañas, sudar y que luego la temperatura baje 10 grados no le sienta nada bien al organismo. Nos tiramos en la cama y montamos drama porque oficialmente se habían acabado las vacaciones. A mí se me había olvidado hasta cómo escribir. Y en inglés ni te cuento.

jueves, 17 de octubre de 2013

/11/


El encuentro con los buddys fue raro. Llegamos a la estación de metro más cercana y le preguntamos a una checa dónde estaba exactamente el lugar que buscábamos, pero nos contestó con un dobrý den y un golpe de pelazo. Empezamos a andar de manera aleatoria y sorprendentemente encontramos el punto de encuentro. Nos recibió una checa muy maja y un grupo de unas cincuenta personas.

Un neozelandés nos hizo las típicas preguntas sobre la sangría y la siesta, y nos habló de paellas y fiesta, más o menos la marca España en estos latifundios. Fuimos a un bar y pedimos una cerveza, y otra, y otra. Y así. Se nos olvidó cenar, que es algo totalmente normal aquí, teniendo en cuenta que cenan a las siete de la tarde y nosotros habíamos quedado a las ocho. Presuponemos que la gente había salido cenada de casa, pero nosotros andábamos con el estómago vacío.

Según el pedo iba subiendo yo me venía más y más arriba. Ana se ríe de mí porque cuando conozco a alguien de otro país tiendo a decir In spain, we use to…, seguido de cualquier anécdota estúpida e irrelevante para mostrar a los ciudadanos de otros países nuestra idiosincrasia. Le dije a una alemana que para nosotros el cine alemán eran las películas de los domingos en Antena 3, niñas secuestradas, mujeres violadas y asesinatos cerca de un lago. No le hizo mucha gracia pero creo que le caí bien.

Seguimos bebiendo y el bar cerró como a las once, así que cuando salimos ya íbamos con un pedo importante. De repente el checo líder de la manada, que por cierto me tiraba los trastos, decidió que era el momento de trasladarnos a una discoteca. Estaba cerca y fuimos hablando con un francés que tenía unas orejas muy graciosas y con un eslovaco que había sido jugador de la selección de fútbol de Eslovaquia pero se había tenido que retirar por una lesión.

Llegamos al Astronomic Club, que viene a ser como Kapital en Madrid pero algo más tercermundista. Yo saqué mi cartera para pagar la entrada pero resulta que era gratis, así que tuve una ligera erección. Bajamos las escaleras y aparecimos en una especie de bar, en el cual medio litro de cerveza valía unas 30 coronas, que viene a ser un euro y poco, así que yo estaba en la gloria. Ana se pidió un mojito que le costó unos 3 euros, así que también estaba en la gloria.

Bailamos un rato y Ana decidió que necesitábamos un porro porque llevábamos casi un mes en el país y todavía no habíamos fumado. Decidió preguntarle a un rasta que estaba fumándose uno, pero la acusó de ser agente de policía. El rasta malrollero estuvo a punto de escupirle pero decidió irse para no crear gresca. De repente apareció un turco llamado Omar que nos invitó a un porro. Ciertamente sabía a gloria después de tanto tiempo, pero cuando le fuimos a pedir el teléfono de un camello se subió a un tranvía.

Además Omar iba a pasar el resto del mes fuera de Praga, así que no había esperanza de tener camello. Al menos volvimos a casa dando un paseo y chocándonos contra las paredes. Cuando llegamos, Ana se tiró sobre la cama y tuve que desvestirla, entre el erotismo y la necesidad. Hay que ver la facilidad que tiene el cuerpo para adaptarse a la ausencia de THC y sorprenderse de nuevo con la sustancia girando en nuestro interior.

Desde luego esa noche dormimos muy a gusto. 

martes, 15 de octubre de 2013

/10/


Ya era hora. Instalados en nuestro nuevo piso llegaba el momento de empezar la universidad. Bueno, más bien de seguir tocándonos las pelotas pero acudiendo a la vez a la semana de presentación Erasmus. Era miércoles y teníamos que estar a media mañana en la Facultad de Artes para que nos leyeran unos powerpoints y nos dieran una carpetita con información importante.

Cogimos la línea verde de metro en Náměstí Míru, a cinco minutos de casa. Pero nadie nos había comentado que en ella está la escalera mecánica más larga de Europa, más de 100 metros de caída libre. Para que os hagáis una idea, si permaneces quieto, tardas dos minutos y medio en subir/bajar. Y los que me conocéis sabéis que llego tarde siempre, así que me siento como Jesús Calleja cada vez que me toca correr, porque es tan larga y empinada que si bajas empiezas a marearte y si subes acabas con taquicardia. Además no hay voluntarios al final de la escalera esperándote para darte una palmadita en la espalda y una botella de Powerade.

Obviamente, llegamos tarde. Pero tampoco nos perdimos nada. Básicamente te cuentan dónde está cada edificio de la Universidad, cómo tienes que hacer la matrícula y te deleitan con una diapositiva final en la que te recomiendan que no cojas taxis porque lo más probable es que te estafen o que aparezcas muerto en una cuneta.

Volvimos a casa dando un paseo por el centro, y me dediqué a analizar la indumentaria de los checos. En general visten un poco a su bola, y hay un importante sector poblacional que tiene como icono de moda a Belén Esteban. Justo en la calle principal hay un NewYorker de cuatro plantas que es una orgía de brillos, cadenas, purpurina y colores flúor. Cuatro plantas dispuestas a provocarte un desprendimiento de retina.

Para que entendáis la gravedad de la situación, aquí la marca española más relevante no pertenece al entramado Inditex. Ni siquiera es Mango o Cortefiel. LA MARCA MÁS CONOCIDA ES DESIGUAL. CON DOS COJONES. Debe haber un mercado amplísimo de cincuentonas votantes de Izquierda Unida y profesoras de Filosofía, porque no entiendo el furor hacia ese cajón de retales que se convierten en prendas gracias a la colaboración de modistas ciegas. Lucía Etxebarria sería muy feliz en esta ciudad.

Comimos en el restaurante favorito de Ana, que se llama Demínka, y volvimos a casa a vaguear y ver alguna serie bebiendo cerveza. Al día siguiente teníamos que ir al encuentro con los buddys, que básicamente son universitarios checos que se aburren mucho y deciden emborrachar a los Erasmus que acaban de llegar. Por cierto, el edificio de la foto es la Dancing House, que mola mucho y se supone que representa a Fred Astaire y Ginger Rogers dándolo todo en la pista. 

domingo, 13 de octubre de 2013

/09/


Cuando buscas en un mapa dónde está el IKEA más cercano al centro de Praga, su maravilloso logo aparece junto a la estación de Zličin. Así que nos bajamos del metro y nos pusimos a descifrar carteles bajo la lluvia. Estábamos en un macrocentro comercial típico de las afueras de una capital, y podíamos ver dónde estaba el H&M, el Decathlon o el Zara. Pero no encontrábamos el IKEA y preguntamos a una señora que obviamente no tenía ni idea de inglés y se metió en el papel de una azafata de avión haciendo coreografías.

No entendimos nada, pero como señalaba hacia la izquierda, miramos hacia la izquierda. Y allí, a unos 125 kilómetros estaba el puto rótulo luminoso de IKEA. Como íbamos con bastante margen de tiempo, decidimos ir andando. Caminamos por debajo de puentes, por encima de puentes, nos resbalamos sobre el césped mojado y nuestros zapatos pasaron a ser marrones. También cruzamos varias carreteras, y como los checos conducen como Fernando Alonso estuve a punto de ser atropellado por un Citroën C3 y después por una furgoneta.

Atravesamos una gasolinera y un McDonalds y nos vimos frente a una autopista de ocho carriles. El problema de Ana es que cuando se viene arriba, se cree que no hay ningún reto imposible para nosotros. Pero yo no he pagado el seguro médico, y si hay que repatriar mi cadáver corre a cargo de mi familia. Y no estamos para gastos imprevistos. Así que retrocedimos hasta el inicio y decidimos buscar una ruta alternativa. Paramos el tráfico de todas las carreteras del país, saltamos arbustos y al fin estábamos al otro lado de la autopista.

Diez minutitos andando y el maravilloso IKEA se erigía ante nosotros. Lo más difícil ya lo habíamos hecho, pero resulta que todo estaba rotulado en checo y a eso hay que sumarle que los productos de IKEA en sí mismos ya tienen nombres ininteligibles. Más o menos fuimos arramplando con lo que veíamos y era estrictamente necesario, que tenemos austeridad presupuestaria.

Pero de repente llegó el gran drama. Ana cogió unos siete juegos de sábanas diferentes y los tiró en medio del IKEA. De repente gritó: “Juanra, CUÁL ME DEFINE MÁS COMO PERSONA”. Yo le dije que era más bien clásica, que escogiera entre una paleta de colores suaves, nórdicos y tal. Pero ella insistía en que había venido a Praga a “volverse loca” (sic) y empezó a coger fundas de lunares de colores, sábanas bajeras color naranja y almohadones verde pistacho.

Tras una media hora de drama, por fin descartó todos menos dos. Tras otra media hora, escogió uno. Y seguimos andando por el IKEA con la satisfacción de haber superado la elección de ropa de cama. No hace falta que os diga que Ana volvió corriendo a cambiar el juego de sábanas por uno con el que se sentía más identificada, de colores pastel como yo había predicho. Mientras tanto yo conseguí una sartén y pinzas para la ropa.

Llegamos a la caja y empezamos a dejar cosas que no necesitábamos y habíamos cogido porque nos creíamos asalariados. La cajera checa nos insultó por ello, pero conseguimos huir. Nos tomamos una pizza basuril en la cafetería y resulta que estaban cerrando, así que un guardia de seguridad acompañó a Ana a mear. Yo no estaba dispuesto a cruzar de nuevo autopistas y bosques con una bolsa enorme del IKEA que pesaba como dos Faletes y medio, así que le preguntamos a una especie de prostituta checa que nos informó de que había un autobús gratuito hasta la estación de metro. La verdad es que somos subnormales. Pero bueno, eso no es ninguna novedad. 

/08/


Alexandria, la musa egipcia, no era de El Cairo sino más bien del countryside de Glasgow. Cuando llegamos a la inmobiliaria pensamos que nos atendería ella, pero no, se fue a comer y nos dejó con una encantadora liliputiense rubia que tenía el culo de Nicki Minaj y de la cual no recuerdo ni el nombre. Ella iba a ser la encargada de enseñarnos el que pensábamos que sería el primero de muchos pisos. Empezamos a andar hacia Londýnska bajo la lluvia, mientras la retaco rubia nos vendía las bondades de vivir en Praha 2, un barrio céntrico, tranquilo y con todas las comodidades.

De repente teníamos ante nosotros un edificio imponente, señorial, parisino. Y abrió el portal. Por dentro no era tan señorial, la verdad, y más que parisino era rollito Sarajevo en la posguerra. Ella comentó que lo único negativo era que teníamos que subir tres pisos sin ascensor mientras yo dirigía la mirada hacia las humedades en las paredes y las escaleras de cemento. Debajo de la escalera hay un calabozo lleno de carritos de bebé y enseres tétricos.

Ana comentó que, al menos, “los buzones eran muy elegantes”. Todavía no se qué pretendía con ese comentario, pero bueno, siempre he pensado que vivir en un edificio antiguo tiene su encanto. Y no me refiero a vivir en un bloque de ladrillo sesentero de los que pueblan Madrid. Mientras subíamos otro piso más no parábamos de pensar en cómo cojones pretendían sacarnos 400 euros a cada uno por vivir en una casa okupa. Nuestro rellano no era mucho más alentador, porque nuestros vecinos viven en un piso patera de vietnamitas y un poco más allá hay una puerta incendiada sin cerradura con el número 13 escrito en rotulador. La puerta de nuestro piso tenía un hachazo en medio, lo cual nos dio muchísima confianza, aunque la retaco rubia juró y perjuró que al día siguiente la cambiaban.

Como veis, el panorama era un poco Czech Horror Story. El caso es que la puerta se abrió y sorprendentemente al otro lado había una vivienda perfecta, recién reformada, con una cocina nueva y enorme, un baño reluciente, un comedor y dos habitaciones más grandes que mi salón madrileño. Un sistema de calefacción a estrenar y unos suelos de parquet que me dieron ganas de eyacular sobre ellos.

Y aquí estamos. Quizá penséis que pagar 800 euros por un piso de dos habitaciones es excesivo, pero claro, con gastos incluidos y teniendo en cuenta que solo la calefacción aquí te puede costar 100 pavos, pues no está tan mal. Además la localización es perfecta. Y tenemos dos ventanales enormes cada uno, que al principio nos encantaron pero ahora nos cagamos en ellos porque aquí nadie tiene persianas y cada mañana nos despierta un maravilloso sol a las siete en punto.

Tras firmar el contrato y pagar tasas e impuestos que ni sabíamos que existían, éramos mucho más pobres pero al fin teníamos un techo. Y qué techo. Sin exagerar, la distancia del suelo al techo puede ser de unos tres metros y medio, así que cuando cantas por casa sientes que vives en la Scala de Milán. Aunque cuando Ana pone a Shakira de hilo musical, la reverberación distorsiona aún más la precisa vocalización de la colombiana y de repente escuchar Las de la intuición pasa a ser un ritual satánico.

La siguiente misión era ir al IKEA inmediatamente, porque necesitábamos dormir esa noche con un edredón, comprar menaje de cocina y cositas así. En teoría se tarda como una media hora de metro, pero yo debo ser gafe, y nuestra aventura para llegar al IKEA se convirtió en una etapa de Pekin Express.

viernes, 11 de octubre de 2013

/07/


Ya llevo siete entradas y todavía no hemos llegado a la Universidad. Esto puede durar más que Hospital Central. Os podéis imaginar que los primeros diez días, nuestra vida era plácida. Vivíamos como Paris Hilton y Nicole Richie, con la tranquilidad que te da Praga, una ciudad en la que es mucho más caro hacer la compra que desayunar, comer y cenar fuera.

En diez días tomamos miles de capuccinos y tartas, probamos especialidades checas, bebimos Heineken a precio de Carrefour Discount e incluso tomamos mojitos en un barco anclado en el río. Y luego vas al McDonalds y te cobran 10 coronas (0,40€) por sobre de kétchup y 15 coronas (0,60€) por entrar al baño. Este país no tiene sentido.

Nuestra vida de nuevo rico español se tambaleaba cuando entrabamos de nuevo al hostel. Pasábamos la noche en la recepción junto a otros viajeros, porque era el único sitio con wifi. Los mendigos utilizaban la cocina para hacer alubias y luego dormían plácidamente en los sofás de la sala de estar. Debe ser un establecimiento magnífico, porque todas las noches había un coche de policía aparcado en la puerta.

Nos duchábamos en una bañera en la que una maraña de pelos hacía de alfombra antideslizante. Eso sí, el agua estaba caliente, que en Praga no juegan con esas cosas. Además, pasamos ratos muy divertidos en el hostel. Incluso conocimos a un personaje de Linares, porque aquí los españoles son una marabunta, y puedes reconocerlos por todo Praga por el nivel de contaminación acústica.

Pero gracias a Dios nuestra estancia en aquel antro estaba cerca de terminarse. Menos mal que Ana decidió mandar e-mails a todas las inmobiliarias que encontró, porque de repente un día recibió el correo definitivo. Una tal Alexandria nos invitaba a ver un piso en Praha 2 por si queríamos alquilarlo. Nuestra vida turística nos había hecho olvidar que nos teníamos que quedar allí de Erasmus. Y el Chili Hostel desde luego no era una opción, así que fuimos a visitar a Alexandria al día siguiente.

martes, 8 de octubre de 2013

/06/


Ana y yo ya llevábamos unos días viviendo en Praga, disfrutando de sus monumentos, de nuestro maravilloso hostel y de lo fácil que es comer y beber bien por menos de cinco euros. Pero de repente nos vimos sumidos en un nuevo drama. Teníamos que ir a la policía para registrarnos como ciudadanos checos. Yo pensaba que con ser europeo valía para hacer lo que te saliese de los huevos, pero no, tienes que decirle a las autoridades de la República Checa: “eh tíos, estoy por aquí, si cometo un crimen ya sabéis dónde estoy”.

Lo primero que necesitábamos era un par de fotos de carnet. Concluí que si en Madrid había fotomatones en todas las estaciones de metro, en Praga pasaría igual. Y no me equivoqué. El problema es que el software del fotomatón estaba en checo, así que Ana en vez de imprimir cuatro fotos de carnet se llevó a casa dieciséis pegatinas con su cara. Que están muy bien para hacer un escrache, pero para la policía no tienen validez. Así que ocupamos el fotomatón unos 20 minutos hasta que conseguimos fotos de carnet, y cuando salimos había cientos de señoras checas insultándonos. Escapamos.

El caso, nos teníamos que registrar. Y no parecía complicado. Al menos la oficina de inmigración estaba en Praha 3, así que podíamos ir dando un paseo. Lo que no habíamos tenido en cuenta es que de Praha 1 a Praha 3 hay un trayecto equivalente a la ascensión al Everest. Una cuesta arriba interminable que nos costó casi una hora y media superar. De repente toda la ciudad burguesa y austrohúngara se convertía en un centenar de bloques de la época comunista. Edificios grises, con bragas y fajas colgando de los tendederos. Esa parte de Praga que no sale en los folletos turísticos.

Caminamos más allá de la Žižkov Television Tower, que viene a ser el Pirulí de Praga. Es divertido, porque hay esculturas de bebés escalando la torre. Le hice una foto y seguimos nuestro camino. De repente nos vimos en los suburbios, y gracias a mis conocimientos de checo, que básicamente consisten en conocer la diferencia entre náměstí (plaza) y ulice (calle), un checo consiguió entendernos y acompañarnos hasta la puerta de la oficina de inmigración. Para que luego digan que no son amables.

Cuando llegamos, una vez más la estampa típica de la República Checa. Un edificio comunista con pantallas de plasma y máquinas expendedoras. Rellenamos varios documentos y nos dispusimos a esperar solo un par de horitas hasta que nos atendiesen. Jugamos al Fruit Ninja porque Ana estaba enganchada, pero yo no tenía claro si era oportuno sacar un iPad con una pegatina a favor de la legalización de la marihuana en una comisaría. Al final no tuvimos problema con eso.

Llegó el momento. Cuando crees que las instituciones españolas son lo peor que puede existir sobre la faz de la tierra y que nuestros funcionarios rozan la incapacidad mental, descubres que en República Checa todo funciona aún peor. No entiendo cual es la motivación de poner a policías que no saben ni decir hola en inglés para gestionar visados y permisos de residencia. Una señora obesa era la única fuente de comunicación entre el mundo exterior y las instituciones checas.

Descubres policías que esbozan una ligera e irónica sonrisa cuando ven que eres español y deciden mandarte amablemente de nuevo a la cola al grito de “NOT ENGLISH, NOT ENGLISH”. Ante la amenaza de tener que volver al día siguiente, Ana montó drama en la comisaría y al final acabamos rellenando los papeles con datos falsos con el propósito de no volver nunca a esa inhóspita comisaría en medio de la nada.

Para todos los que creen que se abre un mundo de oportunidades fuera de España, os diré que os van a tratar como una mierda incluso en países en los que creías que no existía odio hacia los españoles. No nos vamos de nuestro país para mejorar nuestro inglés ni completar nuestra excelsa formación. Nos vamos porque no hay trabajo. Y los de fuera lo saben.

Al final conseguimos regularizar nuestra estancia en Praga, con más dificultades de las que imaginábamos. Lo primero que hicimos al salir de la comisaría fue fumarnos un cigarro con la satisfacción del que se ha quitado un peso de encima y tiene un documento menos que rellenar.

Nos encaminamos de nuevo al hostel. Al menos ahora el camino era cuesta abajo.

domingo, 6 de octubre de 2013

/05/


Ana suele decir todo el rato que Praga es una ciudad pequeña. Yo creo que no lo es en absoluto, pero que nos parece pequeña porque como vivimos prácticamente en el centro, todo está cerca. Aquí los distritos están muy bien organizados, el más céntrico es Praha 1 y según te vas alejando el número empieza a subir. Nosotros vivimos en el 2, que está muy guay, porque no te cuesta nada llegar a todas partes pero te ahorras hordas de turistas.

Y eso que en Praga puedes estar caminando por una calle inhóspita y que aparezca de súbito una catedral, cosa que mola mucho, especialmente si eres de Madrid y estás acostumbrado a no ver ningún monumento. De hecho hay una catedral increíble detrás de nuestra casa, a la que llamamos cariñosamente “catedral de Burgos” porque no sale ni en los folletos. Para que os hagáis una idea, si estuviese en Madrid, sería sin duda el monumento icónico de la capital.  Aquí pasan de ella, porque todo es bonito, todo es susceptible de ser fotografiado y todo apesta a siglos y siglos de historia.

Eso sí, es una ciudad constantemente en obras. Quizá Gallardón esté compatibilizando su trabajo de ministro con la alcaldía de Praga, no lo sé. Día tras día ves como vuelven a arreglar una acera que arreglaron anteayer. Y además las aceras son rollo calzada romana, así que observas como un grupo de siete u ocho obreros colocan piedra a piedra el pavimento. Bueno, en realidad suele haber uno poniendo las piedras mientras el resto miran qué tal va quedando el dibujo. En eso se parecen mucho a los obreros españoles.

También tenemos otro parecido notable con la sociedad checa. Yo creo que España y la República Checa tienen sociedades mucho más válidas y cultas de lo que creen. El problema es que tenemos un sentimiento de inferioridad surgido de que en algún momento de la historia nuestro país era el centro del mundo y ahora somos un mojón enorme. Aquí todo el mundo lee en el metro, hay muchísimos teatros y la gente suele ir regularmente a la ópera. Y hay decenas de pianos repartidos por la ciudad en los que la gente puede sentarse libremente a tocar. Apunta esa, Ana Bottle.

El fútbol no es el pilar que cohesiona a la sociedad, aunque les gusta mucho. Tienen sus dramas entre el Viktoria Pilsen y el Spartak de Praga, pero nada que ver con la vorágine del balón que vivimos los españoles. También televisan continuamente partidos de hockey sobre hielo, así que debe ser un deporte importante por estos parajes. Siempre que entras a un bar suelen tener puesto el canal deportivo, pero aquí la gente va a los bares a beber y a fumar, no a ver la tele. Como debe ser.

Ah, y Rafa Nadal sale constantemente en los periódicos. Insólito. Un chaval majete vendiendo la Marca España. Ahora estoy yo también. Así que ya somos dos.

/04/


“Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto. Sus muchas patas, ridículamente pequeñas en comparación con el resto de su tamaño, le vibraban desamparadas ante los ojos.”

LA METAMORFOSIS - Franz Kafka

Más o menos esto fue lo que me pasó al despertarme. Tiene cojones que me pase en la ciudad de Kafka. Gingerman hacía acto de presencia. Y eso que el primer día no eran más que unas cuantas picaduras de chinche en el brazo. Renombramos a nuestras nuevas amigas como gingers porque sin duda es una palabra mucho más graciosa que bed bugs. Durante los diez días que permanecimos en el hostel, mi cuerpo fue adquiriendo progresivamente un relieve abrupto y escarpado. Si alguien me hubiera dado un masaje habría podido leer en mi espalda mensajes satánicos en braille. Tenía picaduras de tamaños variados desde la cabeza hasta los pies.

A Ana todo esto le hacía mucha gracia, porque durante la primera semana su cuerpo permaneció impoluto. Yo andaba obsesionado con fumigar la maleta y llevar toda la ropa a la lavandería, y ella reía mientras comía manzanas y se echaba crema hidratante. Creíamos que la sangre de Jaén no tenía ningún interés para nuestras amigas las gingers, pero el penúltimo día ocurrió.

Hasta entonces, Ana disfrutaba mucho encendiendo el móvil durante la noche para descubrir cuántas gingers había paseando por su almohada. Pero justo cuando se convenció de que era inmune a sus encantos, se despertó convertida en Gingerwoman. Además, por todo lo grande. Tenía toda la cara y el cuello repleto de picaduras, y yo tuve que mentir repetidamente con frases como “tía, si no te fijas no se nota”. No encontramos ninguna tienda de burkas, así que se dedicó durante unos días a observar el mundo tras una bufanda marrón.

Sus padres insistían en que fuésemos a un hospital y denunciásemos al hostel. A mis padres les dio la risa y poco más. Pasamos de hospitales, que aquí no hay sanidad pública y sale carísimo enfermar. Fuimos a una farmacia y con una performance le explicamos a la amable farmacéutica checa nuestro problema, pero tuvimos que huir despavoridos cuando nos intentó cobrar 1000 coronas - cuarenta pavazos - por una pomada relajante del tamaño de un sobre de kétchup.

Había otro drama paralelo, cuatro maletas que eran caldo de cultivo para que las chinches se montasen un resort. En realidad la solución fue un poco ridícula, porque acabamos dando paseos por Praga con cientos de miles de bolsas de basura llenas de ropa y parecíamos Mayte Zaldívar y la Panto en pleno auge marbellí. Pero bueno, después de unas semanas jugando a ser lavanderas, creo que hemos evitado que las chinches continúen expandiéndose por Praga. Y seguimos vivos, que ya es bastante.