Alexandria, la musa egipcia, no
era de El Cairo sino más bien del countryside de Glasgow. Cuando llegamos a la
inmobiliaria pensamos que nos atendería ella, pero no, se fue a comer y nos dejó con una encantadora
liliputiense rubia que tenía el culo de Nicki Minaj y de la cual no recuerdo ni el
nombre. Ella iba a ser la encargada de enseñarnos el que pensábamos que sería el
primero de muchos pisos. Empezamos a andar hacia Londýnska
bajo la lluvia, mientras la retaco rubia nos vendía las bondades de vivir en
Praha 2, un barrio céntrico, tranquilo y con todas las comodidades.
De repente teníamos ante nosotros
un edificio imponente, señorial, parisino. Y abrió el portal. Por dentro no era
tan señorial, la verdad, y más que parisino era rollito Sarajevo en la
posguerra. Ella comentó que lo único negativo era que teníamos que subir tres
pisos sin ascensor mientras yo dirigía la mirada hacia las humedades en las
paredes y las escaleras de cemento. Debajo de la escalera hay un calabozo lleno
de carritos de bebé y enseres tétricos.
Ana comentó que, al menos, “los buzones eran muy elegantes”. Todavía
no se qué pretendía con ese comentario, pero bueno, siempre he pensado que
vivir en un edificio antiguo tiene su encanto. Y no me refiero a vivir en un
bloque de ladrillo sesentero de los que pueblan Madrid. Mientras subíamos otro
piso más no parábamos de pensar en cómo cojones pretendían sacarnos 400 euros a
cada uno por vivir en una casa okupa. Nuestro rellano no era mucho más
alentador, porque nuestros vecinos viven en un piso patera de vietnamitas y un
poco más allá hay una puerta incendiada sin cerradura con el número 13 escrito
en rotulador. La puerta de nuestro piso tenía un hachazo en medio, lo cual nos
dio muchísima confianza, aunque la retaco rubia juró y perjuró que al día siguiente la cambiaban.
Como veis, el panorama era un poco Czech Horror Story. El caso es que la puerta se abrió y sorprendentemente al otro lado había una vivienda perfecta, recién reformada, con una cocina nueva y enorme, un baño reluciente, un comedor y dos habitaciones más grandes que mi salón madrileño. Un sistema de calefacción a estrenar y unos suelos de parquet que me dieron ganas de eyacular sobre ellos.
Como veis, el panorama era un poco Czech Horror Story. El caso es que la puerta se abrió y sorprendentemente al otro lado había una vivienda perfecta, recién reformada, con una cocina nueva y enorme, un baño reluciente, un comedor y dos habitaciones más grandes que mi salón madrileño. Un sistema de calefacción a estrenar y unos suelos de parquet que me dieron ganas de eyacular sobre ellos.
Y aquí estamos. Quizá penséis que
pagar 800 euros por un piso de dos habitaciones es excesivo, pero
claro, con gastos incluidos y teniendo en cuenta que solo la calefacción aquí
te puede costar 100 pavos, pues no está tan mal. Además la localización es
perfecta. Y tenemos dos ventanales enormes cada uno, que al principio nos
encantaron pero ahora nos cagamos en ellos porque aquí nadie tiene persianas y cada
mañana nos despierta un maravilloso sol a las siete en punto.
Tras firmar el contrato
y pagar tasas e impuestos que ni sabíamos que existían, éramos mucho más pobres
pero al fin teníamos un techo. Y qué techo. Sin exagerar, la distancia del
suelo al techo puede ser de unos tres metros y medio, así que cuando cantas por
casa sientes que vives en la Scala de Milán. Aunque cuando Ana pone a Shakira
de hilo musical, la reverberación distorsiona aún más la precisa vocalización de la colombiana y
de repente escuchar Las de la intuición
pasa a ser un ritual satánico.
La siguiente misión era ir al
IKEA inmediatamente, porque necesitábamos dormir esa noche con un edredón,
comprar menaje de cocina y cositas así. En teoría se tarda como una media hora de metro, pero yo debo ser gafe, y nuestra aventura para llegar al IKEA se
convirtió en una etapa de Pekin Express.
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