domingo, 13 de octubre de 2013

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Alexandria, la musa egipcia, no era de El Cairo sino más bien del countryside de Glasgow. Cuando llegamos a la inmobiliaria pensamos que nos atendería ella, pero no, se fue a comer y nos dejó con una encantadora liliputiense rubia que tenía el culo de Nicki Minaj y de la cual no recuerdo ni el nombre. Ella iba a ser la encargada de enseñarnos el que pensábamos que sería el primero de muchos pisos. Empezamos a andar hacia Londýnska bajo la lluvia, mientras la retaco rubia nos vendía las bondades de vivir en Praha 2, un barrio céntrico, tranquilo y con todas las comodidades.

De repente teníamos ante nosotros un edificio imponente, señorial, parisino. Y abrió el portal. Por dentro no era tan señorial, la verdad, y más que parisino era rollito Sarajevo en la posguerra. Ella comentó que lo único negativo era que teníamos que subir tres pisos sin ascensor mientras yo dirigía la mirada hacia las humedades en las paredes y las escaleras de cemento. Debajo de la escalera hay un calabozo lleno de carritos de bebé y enseres tétricos.

Ana comentó que, al menos, “los buzones eran muy elegantes”. Todavía no se qué pretendía con ese comentario, pero bueno, siempre he pensado que vivir en un edificio antiguo tiene su encanto. Y no me refiero a vivir en un bloque de ladrillo sesentero de los que pueblan Madrid. Mientras subíamos otro piso más no parábamos de pensar en cómo cojones pretendían sacarnos 400 euros a cada uno por vivir en una casa okupa. Nuestro rellano no era mucho más alentador, porque nuestros vecinos viven en un piso patera de vietnamitas y un poco más allá hay una puerta incendiada sin cerradura con el número 13 escrito en rotulador. La puerta de nuestro piso tenía un hachazo en medio, lo cual nos dio muchísima confianza, aunque la retaco rubia juró y perjuró que al día siguiente la cambiaban.

Como veis, el panorama era un poco Czech Horror Story. El caso es que la puerta se abrió y sorprendentemente al otro lado había una vivienda perfecta, recién reformada, con una cocina nueva y enorme, un baño reluciente, un comedor y dos habitaciones más grandes que mi salón madrileño. Un sistema de calefacción a estrenar y unos suelos de parquet que me dieron ganas de eyacular sobre ellos.

Y aquí estamos. Quizá penséis que pagar 800 euros por un piso de dos habitaciones es excesivo, pero claro, con gastos incluidos y teniendo en cuenta que solo la calefacción aquí te puede costar 100 pavos, pues no está tan mal. Además la localización es perfecta. Y tenemos dos ventanales enormes cada uno, que al principio nos encantaron pero ahora nos cagamos en ellos porque aquí nadie tiene persianas y cada mañana nos despierta un maravilloso sol a las siete en punto.

Tras firmar el contrato y pagar tasas e impuestos que ni sabíamos que existían, éramos mucho más pobres pero al fin teníamos un techo. Y qué techo. Sin exagerar, la distancia del suelo al techo puede ser de unos tres metros y medio, así que cuando cantas por casa sientes que vives en la Scala de Milán. Aunque cuando Ana pone a Shakira de hilo musical, la reverberación distorsiona aún más la precisa vocalización de la colombiana y de repente escuchar Las de la intuición pasa a ser un ritual satánico.

La siguiente misión era ir al IKEA inmediatamente, porque necesitábamos dormir esa noche con un edredón, comprar menaje de cocina y cositas así. En teoría se tarda como una media hora de metro, pero yo debo ser gafe, y nuestra aventura para llegar al IKEA se convirtió en una etapa de Pekin Express.

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