miércoles, 26 de febrero de 2014

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Lo que menos disfruté de Berlín fue el Reichstag, porque la maravillosa cúpula de Norman Foster no está adaptada para días nevados. Me sentí como Serafín Zubiri en un museo. Yo miraba y miraba, la audioguía perjuraba “A la derecha podrán observar la catedral de Berlín…”, pero yo solo veía nieve. Obviamente también visitamos el Checkpoint Charlie, el muro y la parte comunista de Berlín. Como vivencia es horrible, pero desde luego mola tener una ciudad partida en dos durante décadas en la que una mitad y la otra no se parecen absolutamente en nada.

Seas como seas, esta ciudad se adapta a ti. Excepto si eres de Jaén. Sí, en Berlín hace un frío que te cagas. Sí, la nieve acaba derritiéndose dentro de tus zapatos. No, no es buena idea hacer un tour callejero de 3 horas y media en Enero. No, no hay tantas cafeterías por habitante como en Madrid o en Praga. Pero sí, acabas encontrando algún bar espantoso donde te sirven Nescafé con leche vaporizada. Ana y Golli discutieron sobre Hugo Chávez y yo hice de moderador del debate mientras me intoxicaba con aquel café. De vez en cuando soltaba algún dato en plan Gloria Serra contextualizando cosas. Adoro contextualizar.

En fin, me ha gustado tanto Berlín que empiezo a tener una relación sadomasoquista con los alemanes, ahora hasta entiendo que torturen a los españoles. Eso sí, teutones y teutonas, cuando vuestros imberbes etílicos hacen balconing en Mallorca y vuestras ancianas quebradizas se rompen la cadera en Magalluf, recordad siempre: SANIDAD PÚBLICA ESPAÑOLA. Por si se os había olvidado. De algo hay que presumir, coño.

Casi perdemos el autobús de ida y casi perdemos también el de vuelta. Pero claro, afortunadamente los dominios de Avanza Bus y ALSA no llegan a Centroeuropa. La azafata de la empresa nos llamó para ver si seguíamos teniendo intención de viajar o salía el bus sin nosotros. Ana se puso en modo SWAG y empezó a decir “YEAH YEAH, SORRY, YEAH YEAH. WE’RE ARRIVING, YEAH YEAH”. Una zorra nos indicó mal donde estaba la estación de autobuses y empezamos a andar en dirección contraria. Menos mal que Ana es periodista y está obsesionada con contrastar informaciones y verificar fuentes.

Al final conseguimos llegar y la azafata nos recibió con desprecio. Joder, diez minutos tampoco son para tanto. Me senté e hice el amago de leer textos, pero acabé oyendo música y viendo Big Bang Theory. En efecto, los autobuses de Student Agency tienen una tablet para cada pasajero. También dan café y té gratis. Eso sí, lo de parar en estaciones de servicio no lo tienen muy asumido. Madre mía, cuánto nos queda por aprender. La ciudad se fue desdibujando poco a poco. Danke schön, Berlin.

lunes, 24 de febrero de 2014

/24/


Ya en el primer paseo por Berlín estuve dándole vueltas a cómo una ciudad sin centro histórico y donde todos los edificios son posteriores a la guerra puede ser tan bonita. Aprende, Albacete. Bueno, también es verdad que Berlín es la capital cultural de Alemania y preciosos museos acristalados con techo retráctil florecen en cada esquina. La primera parada fue para beber cerveza y comer salchichas, obviamente. Nuestro hostel era maravilloso y estaba en el centro de la ciudad. Bueno, bonito y barato. La recepcionista era de Barcelona, y siempre es un gusto que te expliquen las cosas en castellano en vez de asentir como si entendieses inglés con acento alemán.

Lo que más me sorprendió de Berlín es que los precios son similares a los de Madrid, incluso en cosas como el tabaco, que suele ser muy caro en los países desarrollados. Del precio de los alquileres no voy a hablar porque me enervo. La chica esta pagaba trescientos cincuenta euros al mes por un estudio en el centro. Visto así, San Sebastián debe ser Manhattan. Viva la cultura del alquiler, muerte a las hipotecas. Citando a ese gurú mainstream que es Risto Mejide, cuando alquilas no estás tirando el dinero, estás comprando tu libertad. Y bastantes jaulas hay ya en la vida como para fabricarte un zulo de gotelé en el que encerrarte los próximos cuarenta años.

Por la noche estuve hablando con la simpática recepcionista y definitivamente creo que Berlín puede ser mi ciudad durante un puñado de años. Además, después de conocer el checo, el húngaro o el polaco, el alemán se antoja un idioma sencillísimo. Al menos conocen la existencia de las vocales para separar consonantes. Por otro lado, son el país más cívico en el que he estado, y yo soy un abanderado del civismo como modo de vida. Y por último, en algunos bares se puede fumar e incluso fumar porros, lo cual es un MUST después de haber vivido en Praga.

Me encanta la nieve, pero definitivamente no es nada cómoda. Queda precioso que cuaje sobre el asfalto, pero andar por la acera debería considerarse deporte olímpico. Por la noche fuimos a una discoteca muy berlinesa, muy industrial y muy dark. Me cogí una cogorza legendaria y perdimos a Ana en una especie de mazmorras. Luego la encontramos y en el eterno camino de vuelta al hostel me dediqué a darle cientos de razones a Golli por las cuales NUNCA debería vivir en Madrid. Andábamos un poco sulfurados y obviamente nos caímos los dos resbalando con el hielo. En ese momento me hizo una gracia tremenda, pero al día siguiente me levante con un moratón en el culo del tamaño de Canadá.

Habíamos previsto levantarnos pronto y seguir visitando la ciudad de buena mañana. Teniendo en cuenta que llegamos al hostel alrededor de las cinco y que la calefacción estaba en modo grill, levantarse a la una no está tan mal. Mi alter ego de las resacas, Bocaseca Man, se abalanzó en calzoncillos sobre el primer grifo que vio. El día anterior había pasado bastante frío, así que me puse debajo del pantalón unos leggings que compré en el H&M hace unos años. Menudo cuadro. Era una mezcla entre Peter la Anguila y Miguel de Cervantes. Eso sí, aquí los molinos producen cerveza.

jueves, 13 de febrero de 2014

/23/


Me había pasado todas las navidades en sudadera, pasando frío para que la gente creyese que Praga me había hecho un hombre siberiano. Lo único que conseguí fue incubar un catarrazo que te cagas, pero ahora los madrileños me respetan. En realidad cuando cogí el avión en Barajas hacía más frío que cuando bajé en Ruzyně. Los checos no dejan de repetir que ha sido un invierno excepcional, ilógico, tropical. Para mí sigue haciendo frío, por mucho que ellos caminen en chanclas con calcetines.

Me costó mucho adaptarme de nuevo a la vida independiente. Todo el paisaje era de nuevo extraño, y eso es una putada en un país en el que parece que las sonrisas cuestan dinero. Eso sí, los vietnamitas del Potraviny de debajo de casa nos recibieron con una fiesta. Son lo más amable que hemos conocido en esta ciudad arisca y distante, pero siguen sin hacernos descuento. Por otro lado, cuando nos fuimos para España dejamos toda la casa sin limpiar, y a la vuelta nos encontramos con musgo en el váter y verduras mohosas en la nevera. Para empezar con buen pie el nuevo semestre compramos un calendario de prostitutas de los años 90 desnudas. Ellas, con su depilación brasileña, sus collares tribales y sus raíces negras, vigilan el salón cuando salimos de casa.

Al día siguiente vino Golli, le enseñamos las partes más destacables de la ciudad y todo eso. Luego yo me dediqué a contarle chorradas como que la Mayonesa se inventó en Mahón pero luego se la apropiaron los franceses como hacen con TODO lo relevante que hacemos los españoles. Acabamos con las existencias de hierba del país para ver vídeos de Mister Jägger y el Rubius. También jugamos al futbolín, y Ana y yo perdimos, claro. Salimos un par de veces, y los días que no salimos, Golli se dedicó a  hacer catas de cerveza para diferenciar matices y mirar botellas a contraluz. Obviamente, a partir de la cuarta, yo no era capaz de diferenciar ni la etiqueta. A mí todas me saben a gloria. Si me hubieran puesto una lata calentorra de Carrefour Discount habría dicho que era cerveza negra.

Yo andaba torturado con mi trabajo final de Global Ethnographies sobre la identidad catalana, pero como soy lo peor, nos fuimos a Berlín. Imprimí unas 400 páginas de textos y me metí en el autobús. Solo fueron seis horas de viaje, pero juro que jamás había tenido más frío que cuando pisé el suelo de la estación de autobuses. En ese momento pensé que me iba a pasar los tres días envuelto en mi edredón del hostel como un dürüm. Luego todo resulto mucho más sobrellevable de lo que esperaba.

Berlín es increíble. Es una ciudad limpia dentro de un país limpio. Bueno en realidad el pasado alemán es bastante sucio, pero al menos ellos se avergüenzan de sus errores. Es limpia en su moral, en su arquitectura, en sus aceras. Yo me dediqué a dejar limpias varias jarras de cerveza y a ensuciar váteres después de comer currywurst. Como solo sabemos hacer los españoles, nos colamos en el metro para llegar hasta Alexanderplatz. Cuando salimos a la superficie, pensé que estaba en Sochi. La ciudad era una pista de patinaje sobre hielo. Había ambulancias y señoras postradas por los suelos. Decidimos entrar al Burger King. En esta puta ciudad no hay wifi en ninguna parte.

jueves, 6 de febrero de 2014

/22/


Mi regreso a casa distó mucho de aquel video viral de una madre llorando porque su hijo exiliado vuelve a casa. Amanda, Ana, Marcelo y yo nos levantamos pronto para coger un taxi al aeropuerto. Sorprendentemente nos salió bastante barato porque Amanda se puso farruca. Después de cuatro meses chantajeando taxistas, ya ha cogido experiencia. Obviamente hubo drama aeroportuario porque la maleta de Ana necesitaba un balón intragástrico, ya que había metido unos nueve kilos de apuntes dentro. Al final acabaron en una bolsa de plástico y pudimos embarcar.

Viajar con Czech Airlines es un gusto porque te dan un sándwich y bebidas durante el viaje en lugar de una lista de precios al estilo Iberia. Eso sí, pusieron villancicos en checo durante el aterrizaje y vi toda mi vida pasar como una película. Una película malísima por cierto. Al llegar a Barajas, Marcelo olvidó pasarse por la aduana de inmigración así que vivió ilegalmente todas sus vacaciones en Jaén.

Sinceramente, no esperaba una comitiva de familiares y amigos con pancartas y tirándome confeti al llegar, pero al menos confiaba en que mi padre se presentase a buscarme. Después de veinte minutos, por fin aparecieron mi padre y mi hermana. Menos mal. De todas formas, han sido unas navidades extrañas. Mi madre me recibió con un abrazo y una lista de dramas familiares que ríete tú de las navidades de la Pantoja. Pero bueno, supongo que es más cómodo estar lejos de casa, aislado de la realidad. De todas formas, seguimos todos en pie. Y mi madre sigue inaguantable.

Mis amigos todos bien, como si no hubiesen pasado cinco meses. Eso sí, nunca llegué a acostumbrarme a su volumen de voz. Y ellos encantados de verme sufrir, repitiéndome una y otra vez la frase “que europeo has vuelto”. Lo que más rabia me da es que no pude verlos a todos el tiempo que me hubiese gustado, pero bueno, conseguí mi objetivo de pasar 21 días en Madrid sin ser multado por CUALQUIER cosa. No me hizo ninguna gracia volver a escudriñar luces azules cuando me saco la chorra y esconder latas de cerveza debajo de bancos cuando pasa un coche patrulla. Tampoco disfruté volviendo a un país donde todas las conversaciones acaban derivando en la crisis.

Desde que huí, ya no me parece normal que mis amigos cobren menos de cien euros por su trabajo. Tampoco me gusta ver a la gente que quiero buscando monedas debajo del sofá para comprar un cartón de leche. Pero bueno, lo peor de todo es que la gente ha asumido que el futuro de España es ese, buscarse la vida hasta debajo del sofá. Yo desde que soy europeo creo que tengo derecho a una vida digna. Pero está claro que no la encontraré en mi país.

Han sido unas navidades etílicas, llenas de risa, de comida, de mañaneos, de empujones para seguir disfrutando de mi experiencia. Cuando te largas, la gente piensa que no echas de menos nada, que tu vida es tan frenética y sorprendente que te olvidas de todo lo que viviste antes. Y no. Siempre viene bien ver a todos los que quieres, beber cerveza y ponerse al día. Sobre todo cuando te das cuenta de que en el resto de Europa no tienen ni idea de lo que es la amistad. Amistad es que el tiempo pase y nada cambie. Amistad es que todo siga como lo dejaste antes de partir.