viernes, 18 de octubre de 2013

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La siguiente aventura era una excursión dominguera al campo. Yo no estaba muy a favor de escalar montañas el día antes de empezar las clases, pero como nos habíamos apuntado porque costaba solo seis euros, pues fuimos. Una vez más se nos fue la hora de las manos, pero habían presupuesto que habría europeos del sur apuntados, así que cuando llegamos todavía no se habían marchado.

Un gordito bonachón comentó que tendríamos que coger un tren, luego un autobús y después un tren de nuevo porque había habido un accidente de coche. Yo no entiendo que tiene que ver un accidente de coche con una línea ferroviaria, pero bueno, este país es así. El caso es que Bohemian Paradise, donde nos dirigíamos, está a unos 80 kilómetros de Praga, pero tardamos dos horas y media en llegar.

Los trenes la verdad es que deben ser de la época en la que Stalin partía la pana, porque yo me sentía como en un capítulo de Mad Men. Aquí las vías están construidas en medio de Narnia, así que las ramas golpean la ventana del tren y no puedes mirar porque te mareas. Ana se quedó dormida y yo me dediqué a jugar al Diamond Dash en el móvil. Bohemian Paradise es un parque nacional que a mí no me sorprendió en absoluto porque el paisaje es exactamente igual que el de mi pueblo, que está en la Ribeira Sacra. Eso sí, aquí las casas no eran de pizarra y piedra, sino más bien rollo Suiza, de madera y con los tejados muy empinados.

Andamos unas ciento treinta horas por la montaña hasta que llegamos a una piedra del tamaño de la Torre Picasso. Hubo gente que la escaló y gente que se quedó abajo cuidando las mochilas. A mí me parece un despropósito que la Universidad organice viajes en los que perfectamente puede morir alguien, pero como Ana estaba convencida de subir, pues subí yo también. Las vistas desde arriba eran increíbles, la verdad, pero bajamos porque un alemán con gorro se había motivado saltando piedras y estuvo a punto de caerse por el precipicio.

Después de visitar un castillo y de caminar otras doscientas cuarenta horas por el bosque, a las cuatro de la tarde llegamos a un restaurante en medio de la montaña. Ana y yo decidimos ir al baño y cuando volvimos estaban las ochenta personas sentadas en mesas de diez. Nos sentamos los dos solos en plan parejita y yo me dediqué a emborracharme porque me parecía una situación muy humillante. Cuando acabamos de comer nos propusieron volver a casa o seguir caminando hasta las nueve de la noche. Bendita democracia.

Volvimos a Praga con agujetas y un conato de gripe que no fue nada gracioso, porque el rollo de subir montañas, sudar y que luego la temperatura baje 10 grados no le sienta nada bien al organismo. Nos tiramos en la cama y montamos drama porque oficialmente se habían acabado las vacaciones. A mí se me había olvidado hasta cómo escribir. Y en inglés ni te cuento.

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