El
encuentro con los buddys fue raro.
Llegamos a la estación de metro más cercana y le preguntamos a una checa dónde
estaba exactamente el lugar que buscábamos, pero nos contestó con un dobrý den y un golpe de pelazo.
Empezamos a andar de manera aleatoria y sorprendentemente encontramos el punto
de encuentro. Nos recibió una checa muy maja y un grupo de unas cincuenta
personas.
Un
neozelandés nos hizo las típicas preguntas sobre la sangría y la siesta, y nos
habló de paellas y fiesta, más o menos la marca España en estos latifundios.
Fuimos a un bar y pedimos una cerveza, y otra, y otra. Y así. Se nos olvidó
cenar, que es algo totalmente normal aquí, teniendo en cuenta que cenan a las
siete de la tarde y nosotros habíamos quedado a las ocho. Presuponemos que la
gente había salido cenada de casa, pero nosotros andábamos con el estómago
vacío.
Según el
pedo iba subiendo yo me venía más y más arriba. Ana se ríe de mí porque cuando
conozco a alguien de otro país tiendo a decir In spain, we use to…, seguido de cualquier anécdota estúpida e
irrelevante para mostrar a los ciudadanos de otros países nuestra idiosincrasia.
Le dije a una alemana que para nosotros el cine alemán eran las películas de
los domingos en Antena 3, niñas secuestradas, mujeres violadas y asesinatos
cerca de un lago. No le hizo mucha gracia pero creo que le caí bien.
Seguimos
bebiendo y el bar cerró como a las once, así que cuando salimos ya íbamos con
un pedo importante. De repente el checo líder de la manada, que por cierto me
tiraba los trastos, decidió que era el momento de trasladarnos a una discoteca.
Estaba cerca y fuimos hablando con un francés que tenía unas orejas muy
graciosas y con un eslovaco que había sido jugador de la selección de fútbol de
Eslovaquia pero se había tenido que retirar por una lesión.
Llegamos
al Astronomic Club, que viene a ser como Kapital en Madrid pero algo más
tercermundista. Yo saqué mi cartera para pagar la entrada pero resulta que era
gratis, así que tuve una ligera erección. Bajamos las escaleras y aparecimos en
una especie de bar, en el cual medio litro de cerveza valía unas 30 coronas,
que viene a ser un euro y poco, así que yo estaba en la gloria. Ana se pidió un
mojito que le costó unos 3 euros, así que también estaba en la gloria.
Bailamos
un rato y Ana decidió que necesitábamos un porro porque llevábamos casi un mes
en el país y todavía no habíamos fumado. Decidió preguntarle a un rasta que
estaba fumándose uno, pero la acusó de ser agente de policía. El rasta malrollero estuvo a punto de
escupirle pero decidió irse para no crear gresca. De repente apareció un turco
llamado Omar que nos invitó a un porro. Ciertamente sabía a gloria después de
tanto tiempo, pero cuando le fuimos a pedir el teléfono de un camello se subió
a un tranvía.
Además
Omar iba a pasar el resto del mes fuera de Praga, así que no había esperanza de
tener camello. Al menos volvimos a casa dando un paseo y chocándonos contra las
paredes. Cuando llegamos, Ana se tiró sobre la cama y tuve que desvestirla, entre
el erotismo y la necesidad. Hay que ver la facilidad que tiene el cuerpo para
adaptarse a la ausencia de THC y sorprenderse de nuevo con la sustancia girando
en nuestro interior.
Desde luego esa noche dormimos muy a gusto.
Desde luego esa noche dormimos muy a gusto.
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