Me he dado cuenta de que siempre
acabo escribiendo sobre mis viajes por Europa. Da la impresión de que Praga no
es entretenida, de que aquí no ocurre nada y tengo que huir. En vez de estar de
Erasmus, parece que estoy de Interrail. Y en absoluto. Esta ciudad está muy
viva, repleta de situaciones absurdas en cada esquina y personajes pintorescos.
Praga mola, e incluso ha salido el sol, así que Ana ha abandonado su sempiterna
depresión climática. Pero como es experta en quejarse, ahora se queja de que el
sol “le da fuerte en la cabeza”.
La primavera ha llegado abruptamente, de hecho, ayer por la noche bajamos a pillar algo de comer al McDonalds en
abrigo, imaginándonos que haría viento y frío. Y no, en cuanto salimos a la
calle Ana se quedó en manga corta y empezó a gritar BRASIL BRASIL porque el
clima era tropical. Un furgón de policía aminoró la marcha para ver qué
disminuida mental estaba montando semejante circo, pero luego vieron que llevábamos
gafas. Y la gente con gafas nunca hace nada ilegal.
Ana trabaja unas 25 horas al día,
y la vida no se lo pone fácil. La semana pasada se le cayó encima una ventana
de unos diez kilos, y ésta ha sufrido un conato serio de atropello. Cada vez
que se depila se arranca un trozo de pierna y sangra por toda la cocina, le
duele el pie izquierdo y está paranoica por si las chinches deciden despertar
del letargo y hacer un comeback
primaveral. El otro día casi pierde una pierna intentando bloquear las puertas
del metro como si fuese un ascensor, en lugar de hacer fuerza con el pie.
No tenemos dinero para hacer una
compra decente, así que el otro día le dio una sobredosis de ositos Haribo y
empezó a retorcerse en la cama susurrando “hospital, hospital”. Su voz rasgada
tenía tanto dramatismo que “hospital, hospital” podría ser el nuevo single de Russian
Red. Se ha cogido seis asignaturas en lugar de cinco porque su capacidad de
trabajo es infinita, y está empezando a obsesionarse con temas variopintos como
Yugoslavia, la nueva ola eslovaca o los documentos secretos de la Guerra Fría.
Yo mientras tanto me dedico a la
vida ociosa de jueves a domingo. Este cuatrimestre estoy superando muchos de
mis traumas vitales, como comer solo en un restaurante, seleccionar el programa
correcto de la lavadora o aprender a arreglar la calefacción. Sin embargo, la
falta de víveres está acabando con mi afición favorita: estofar. En serio, soy
un fanático del movimiento slow food. Corto todos los ingredientes,
los echo en la olla, cojo una silla y me siento a esperar. Puedo estar tres
horas sentado fumando porros mientras las fibras de la carne se van
debilitando. En opinión de Ana cocino demasiado lento, así que a veces mete la
cuchara en MI preciada olla y se sirve sin que la cocción haya terminado.
Me cuesta bastante trabajo tener
un día normal, de esos en los que no ocurre nada. El otro día volvía a casa
moqueando en el metro, y una checa me tiró a la cara un paquete de kleenex. No entendí lo que me dijo, pero
creo que mis sonidos nasales no le dejaban leer con tranquilidad. Yo me soné y
me dio un ataque de risa. Por cierto, República Checa es el país europeo donde
más horas se lee a la semana. Otra noche bajé al cajero a por dinero y tras
esquivar un par de camellos me di cuenta de que al lado del cajero había una
pareja follando abiertamente a las ocho de la tarde. Ay Praga, Praga, ¿cómo
aprenderé a vivir sin ti?