Cuando buscas en un mapa dónde está el IKEA más cercano al centro de Praga, su maravilloso logo aparece junto a la estación de Zličin. Así que nos bajamos del metro y nos pusimos a descifrar carteles bajo la lluvia. Estábamos en un macrocentro comercial típico de las afueras de una capital, y podíamos ver dónde estaba el H&M, el Decathlon o el Zara. Pero no encontrábamos el IKEA y preguntamos a una señora que obviamente no tenía ni idea de inglés y se metió en el papel de una azafata de avión haciendo coreografías.
No
entendimos nada, pero como señalaba hacia la izquierda, miramos hacia la
izquierda. Y allí, a unos 125 kilómetros estaba el puto rótulo luminoso de
IKEA. Como íbamos con bastante margen de tiempo, decidimos ir andando.
Caminamos por debajo de puentes, por encima de puentes, nos resbalamos sobre el
césped mojado y nuestros zapatos pasaron a ser marrones. También cruzamos
varias carreteras, y como los checos conducen como Fernando Alonso estuve a
punto de ser atropellado por un Citroën C3 y después por una furgoneta.
Atravesamos
una gasolinera y un McDonalds y nos vimos frente a una autopista de ocho
carriles. El problema de Ana es que cuando se viene arriba, se cree que no hay ningún
reto imposible para nosotros. Pero yo no he pagado el seguro médico, y si hay que
repatriar mi cadáver corre a cargo de mi familia. Y no estamos para gastos
imprevistos. Así que retrocedimos hasta el inicio y decidimos buscar una ruta
alternativa. Paramos el tráfico de todas las carreteras del país, saltamos
arbustos y al fin estábamos al otro lado de la autopista.
Diez
minutitos andando y el maravilloso IKEA se erigía ante nosotros. Lo más difícil
ya lo habíamos hecho, pero resulta que todo estaba rotulado en checo y a eso
hay que sumarle que los productos de IKEA en sí mismos ya tienen nombres ininteligibles.
Más o menos fuimos arramplando con lo que veíamos y era estrictamente
necesario, que tenemos austeridad presupuestaria.
Pero de
repente llegó el gran drama. Ana cogió unos siete juegos de sábanas diferentes
y los tiró en medio del IKEA. De repente gritó: “Juanra, CUÁL ME DEFINE MÁS COMO PERSONA”. Yo le dije que era
más bien clásica, que escogiera entre una paleta de colores suaves,
nórdicos y tal. Pero ella insistía en que había venido a Praga a “volverse loca” (sic) y empezó a coger fundas
de lunares de colores, sábanas bajeras color naranja y almohadones verde
pistacho.
Tras una
media hora de drama, por fin descartó todos menos dos. Tras otra media hora, escogió
uno. Y seguimos andando por el IKEA con la satisfacción de haber superado la
elección de ropa de cama. No hace falta que os diga que Ana volvió corriendo a
cambiar el juego de sábanas por uno con el que se sentía más identificada, de colores pastel como yo había predicho. Mientras tanto yo conseguí una sartén y pinzas para la ropa.
Llegamos
a la caja y empezamos a dejar cosas que no necesitábamos y habíamos cogido porque
nos creíamos asalariados. La cajera checa nos insultó por ello, pero conseguimos huir. Nos tomamos una pizza basuril en la
cafetería y resulta que estaban cerrando, así que un guardia de seguridad
acompañó a Ana a mear. Yo no
estaba dispuesto a cruzar de nuevo autopistas y bosques con una bolsa enorme del
IKEA que pesaba como dos Faletes y medio, así que le preguntamos a una especie
de prostituta checa que nos informó de que había un autobús gratuito hasta la
estación de metro. La verdad es que somos subnormales. Pero bueno, eso no es
ninguna novedad.
Me he despollado. No cambiéis nunca. Las sábanas no son cosa de broma
ResponderEliminar