Ana y yo
ya llevábamos unos días viviendo en Praga, disfrutando de sus monumentos, de
nuestro maravilloso hostel y de lo fácil que es comer y beber bien por menos de
cinco euros. Pero de repente nos vimos sumidos en un nuevo drama. Teníamos que
ir a la policía para registrarnos como ciudadanos checos. Yo pensaba que con
ser europeo valía para hacer lo que te saliese de los huevos, pero no, tienes
que decirle a las autoridades de la República Checa: “eh tíos, estoy por aquí, si cometo un crimen ya sabéis dónde estoy”.
Lo
primero que necesitábamos era un par de fotos de carnet. Concluí que si en
Madrid había fotomatones en todas las estaciones de metro, en Praga pasaría
igual. Y no me equivoqué. El problema es que el software del fotomatón estaba
en checo, así que Ana en vez de imprimir cuatro fotos de carnet se llevó a casa
dieciséis pegatinas con su cara. Que están muy bien para hacer un escrache,
pero para la policía no tienen validez. Así que ocupamos el fotomatón unos 20
minutos hasta que conseguimos fotos de carnet, y cuando salimos había cientos
de señoras checas insultándonos. Escapamos.
El caso,
nos teníamos que registrar. Y no parecía complicado. Al menos la oficina de
inmigración estaba en Praha 3, así que podíamos ir dando un paseo. Lo que no
habíamos tenido en cuenta es que de Praha 1 a Praha 3 hay un trayecto
equivalente a la ascensión al Everest. Una cuesta arriba interminable que nos
costó casi una hora y media superar. De repente toda la ciudad burguesa y
austrohúngara se convertía en un centenar de bloques de la época comunista. Edificios
grises, con bragas y fajas colgando de los tendederos. Esa parte de Praga que
no sale en los folletos turísticos.
Caminamos
más allá de la Žižkov Television Tower, que viene a ser el Pirulí de Praga. Es
divertido, porque hay esculturas de bebés escalando la torre. Le hice una foto
y seguimos nuestro camino. De repente nos vimos en los suburbios, y gracias a
mis conocimientos de checo, que básicamente consisten en conocer la diferencia
entre náměstí (plaza) y ulice (calle), un checo consiguió entendernos y acompañarnos hasta la
puerta de la oficina de inmigración. Para que luego digan que no son amables.
Cuando
llegamos, una vez más la estampa típica de la República Checa. Un edificio
comunista con pantallas de plasma y máquinas expendedoras. Rellenamos varios
documentos y nos dispusimos a esperar solo un par de horitas hasta que nos
atendiesen. Jugamos al Fruit Ninja porque Ana estaba enganchada, pero yo no
tenía claro si era oportuno sacar un iPad con una pegatina a favor de la
legalización de la marihuana en una comisaría. Al final no tuvimos problema con
eso.
Llegó el
momento. Cuando crees que las instituciones españolas son lo peor que puede
existir sobre la faz de la tierra y que nuestros funcionarios rozan la
incapacidad mental, descubres que en República Checa todo funciona aún peor. No
entiendo cual es la motivación de poner a policías que no saben ni decir hola
en inglés para gestionar visados y permisos de residencia. Una señora obesa era
la única fuente de comunicación entre el mundo exterior y las instituciones
checas.
Descubres
policías que esbozan una ligera e irónica sonrisa cuando ven que eres español y
deciden mandarte amablemente de nuevo a la cola al grito de “NOT ENGLISH, NOT
ENGLISH”. Ante la amenaza de tener que volver al día siguiente, Ana montó drama
en la comisaría y al final acabamos rellenando los papeles con datos falsos con
el propósito de no volver nunca a esa inhóspita comisaría en medio de la nada.
Para
todos los que creen que se abre un mundo de oportunidades fuera de España, os
diré que os van a tratar como una mierda incluso en países en los que creías
que no existía odio hacia los españoles. No nos vamos de nuestro país para
mejorar nuestro inglés ni completar nuestra excelsa formación. Nos vamos porque
no hay trabajo. Y los de fuera lo saben.
Al final
conseguimos regularizar nuestra estancia en Praga, con más dificultades de las
que imaginábamos. Lo primero que hicimos al salir de la comisaría fue fumarnos
un cigarro con la satisfacción del que se ha quitado un peso de encima y tiene
un documento menos que rellenar.
Nos
encaminamos de nuevo al hostel. Al menos ahora el camino era cuesta abajo.
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