Ya llevo siete
entradas y todavía no hemos llegado a la Universidad. Esto puede durar más que
Hospital Central. Os podéis imaginar que los primeros diez días, nuestra vida
era plácida. Vivíamos como Paris Hilton y Nicole Richie, con la tranquilidad
que te da Praga, una ciudad en la que es mucho más caro hacer la compra que desayunar,
comer y cenar fuera.
En diez
días tomamos miles de capuccinos y tartas, probamos especialidades checas,
bebimos Heineken a precio de Carrefour Discount e incluso tomamos mojitos en un
barco anclado en el río. Y luego vas al McDonalds y te cobran 10 coronas
(0,40€) por sobre de kétchup y 15 coronas (0,60€) por entrar al baño. Este país
no tiene sentido.
Nuestra
vida de nuevo rico español se tambaleaba cuando entrabamos de nuevo al hostel.
Pasábamos la noche en la recepción junto a otros viajeros, porque era el único
sitio con wifi. Los mendigos utilizaban la cocina para hacer alubias y luego
dormían plácidamente en los sofás de la sala de estar. Debe ser un
establecimiento magnífico, porque todas las noches había un coche de policía aparcado
en la puerta.
Nos
duchábamos en una bañera en la que una maraña de pelos hacía de alfombra
antideslizante. Eso sí, el agua estaba caliente, que en Praga no juegan con
esas cosas. Además, pasamos ratos muy divertidos en el hostel. Incluso
conocimos a un personaje de Linares, porque aquí los españoles son una
marabunta, y puedes reconocerlos por todo Praga por el nivel de contaminación
acústica.
Pero
gracias a Dios nuestra estancia en aquel antro estaba cerca de terminarse.
Menos mal que Ana decidió mandar e-mails a todas las inmobiliarias que
encontró, porque de repente un día recibió el correo definitivo. Una tal Alexandria
nos invitaba a ver un piso en Praha 2 por si queríamos alquilarlo. Nuestra vida
turística nos había hecho olvidar que nos teníamos que quedar allí de Erasmus.
Y el Chili Hostel desde luego no era una opción, así que fuimos a visitar a
Alexandria al día siguiente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario