No voy a
contaros nada nuevo. Confeccionar tu currículum es el paso definitivo hacia la
madurez y la independencia. Por eso yo sigo sin tener uno. Y mira que mi madre
insiste e insiste en que las cosas no caen del cielo y que hay que buscar para
encontrar. El caso es que paso de hacerme un currículum poniendo lo maravilloso
que soy y mi Bachillerato de matrícula. Total, para que me contraten en un
McDonalds da igual que ponga que estudio dos carreras o que soy el presidente
del club de fans de Sonia y Selena.
O incluso
peor, podría optar a ser “becario” en algún medio de comunicación. Que viene a
ser lo mismo que trabajar friendo hamburguesas, pero encima justifican tu
mierda de “sueldo” – si es que lo tienes – porque están “formándote”. La verdad
es que antes de pasarme mañanas y tardes minutando vídeos o transcribiendo noticias de agencia casi prefiero poner
la cuchara-palo y hacer que la máquina de McFlurries
centrifugue también mis expectativas vitales.
Me estoy
yendo por las ramas, y lo que yo venía a contar era mucho más divertido. El caso
es que cualquier español, a la hora de hacer su currículum, tiene rellenado de
antemano uno de los apartados. Inglés nivel medio. Da igual que hayas vivido quince
años en Alabama o que tu mayor contacto con la lengua de Shakespeare haya sido
un verano en la verbena de tu pueblo de la Serranía de Cuenca con una guiri que
nadie sabe bien como acabó allí.
El inglés
de los españoles es siempre medio. Hablado, escrito y leído. Si me apuras,
también puedes incluir un nivel bajo de francés (si es que estuviste en Disneyland París cuando tenías tres
años), italiano (si hace dos veranos te follaste a un tal Piero que luego
resulta que tenía gonorrea) o portugués (es que tengo una tía que vive en
Ourense y claro, al fin y al cabo, portugueses y ourensanos, primos hermanos).
Si hay
algo positivo de que estemos huyendo como ratas de España, es que nos vamos a
dar cuenta al fin de que todas las chorradas que nos hemos creído durante años
son mentira. En cuanto sales del país te das cuenta de que los españoles no
tenemos ni idea de inglés. Ni nivel medio ni pollas en vinegar. En cuanto llegamos al extranjero nos juntamos con todos
los europeos del sur, dispuestos a no entendernos y a disfrutar de nuestra
complicidad mediterránea.
Me he
liado un porro con el First Certificate
porque es para lo que me va a servir. El otro día en clase un canadiense me dijo
algo y yo le sonreí esperando que no fuese una pregunta. Pero sí, lo era. Soy
un cliché. Después quedé como un borde porque un turco me preguntó algo y le
contesté con una carcajada nerviosa mientras corría escaleras abajo. También le
grité “good presentation” a una
ucraniana sexy y huí porque tenía miedo de que me preguntara que era lo que más
me había gustado.
En
realidad me encanta dramatizar. No tengo ni puta idea de inglés pero tengo
mucha gracia. Coño, que soy español. No entiendo nada de lo que me dicen pero pensaba
que estaría acojonado con caer bien y no quedar mal. En realidad estoy haciendo
lo que me sale del cucumber, así que
aunque esté aprendiendo más checo que inglés, estoy contento. Además, estoy enriqueciendo
la lengua inglesa con cientos de neologismos y palabras traducidas literalmente
del español ante la perplejidad de Amanda.
Soy como
Belén Esteban pero sin dinero para cocaína. Supongo que cuanto más me quede por
estos parajes, más mejorará mi inglés. Por ahora, prefiero seguir levantándome
cada mañana de resaca con mi relaxing cup
of café con leche y preguntándome si
estoy en el sitio adecuado, frente a la puerta correcta. Y cada mañana mi conciencia me
recuerda: if, if, between, between.
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