jueves, 7 de noviembre de 2013

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No voy a contaros nada nuevo. Confeccionar tu currículum es el paso definitivo hacia la madurez y la independencia. Por eso yo sigo sin tener uno. Y mira que mi madre insiste e insiste en que las cosas no caen del cielo y que hay que buscar para encontrar. El caso es que paso de hacerme un currículum poniendo lo maravilloso que soy y mi Bachillerato de matrícula. Total, para que me contraten en un McDonalds da igual que ponga que estudio dos carreras o que soy el presidente del club de fans de Sonia y Selena.

O incluso peor, podría optar a ser “becario” en algún medio de comunicación. Que viene a ser lo mismo que trabajar friendo hamburguesas, pero encima justifican tu mierda de “sueldo” – si es que lo tienes – porque están “formándote”. La verdad es que antes de pasarme mañanas y tardes minutando vídeos o transcribiendo noticias de agencia casi prefiero poner la cuchara-palo y hacer que la máquina de McFlurries centrifugue también mis expectativas vitales.

Me estoy yendo por las ramas, y lo que yo venía a contar era mucho más divertido. El caso es que cualquier español, a la hora de hacer su currículum, tiene rellenado de antemano uno de los apartados. Inglés nivel medio. Da igual que hayas vivido quince años en Alabama o que tu mayor contacto con la lengua de Shakespeare haya sido un verano en la verbena de tu pueblo de la Serranía de Cuenca con una guiri que nadie sabe bien como acabó allí.

El inglés de los españoles es siempre medio. Hablado, escrito y leído. Si me apuras, también puedes incluir un nivel bajo de francés (si es que estuviste en Disneyland París cuando tenías tres años), italiano (si hace dos veranos te follaste a un tal Piero que luego resulta que tenía gonorrea) o portugués (es que tengo una tía que vive en Ourense y claro, al fin y al cabo, portugueses y ourensanos, primos hermanos).

Si hay algo positivo de que estemos huyendo como ratas de España, es que nos vamos a dar cuenta al fin de que todas las chorradas que nos hemos creído durante años son mentira. En cuanto sales del país te das cuenta de que los españoles no tenemos ni idea de inglés. Ni nivel medio ni pollas en vinegar. En cuanto llegamos al extranjero nos juntamos con todos los europeos del sur, dispuestos a no entendernos y a disfrutar de nuestra complicidad mediterránea.

Me he liado un porro con el First Certificate porque es para lo que me va a servir. El otro día en clase un canadiense me dijo algo y yo le sonreí esperando que no fuese una pregunta. Pero sí, lo era. Soy un cliché. Después quedé como un borde porque un turco me preguntó algo y le contesté con una carcajada nerviosa mientras corría escaleras abajo. También le grité “good presentation” a una ucraniana sexy y huí porque tenía miedo de que me preguntara que era lo que más me había gustado.

En realidad me encanta dramatizar. No tengo ni puta idea de inglés pero tengo mucha gracia. Coño, que soy español. No entiendo nada de lo que me dicen pero pensaba que estaría acojonado con caer bien y no quedar mal. En realidad estoy haciendo lo que me sale del cucumber, así que aunque esté aprendiendo más checo que inglés, estoy contento. Además, estoy enriqueciendo la lengua inglesa con cientos de neologismos y palabras traducidas literalmente del español ante la perplejidad de Amanda.

Soy como Belén Esteban pero sin dinero para cocaína. Supongo que cuanto más me quede por estos parajes, más mejorará mi inglés. Por ahora, prefiero seguir levantándome cada mañana de resaca con mi relaxing cup of café con leche y preguntándome si estoy en el sitio adecuado, frente a la puerta correcta. Y cada mañana mi conciencia me recuerda: if, if, between, between.

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