Llegó el
momento de girar un poco por Europa, en este caso hacia Budapest. Para los que
consideráis Europa del Este todo lo que está a la derecha de Alemania, os comentaré
que si lo dices por aquí se cabrean. Hungría, como República Checa, es un país
centroeuropeo. Y en Europa Central todo está cerca. Solo seis largas y
soporíferas horas de viaje de autobús, lo cual no está tan mal si piensas en
esas familias de Bilbao que bajaban en los setenta a pasar las vacaciones en
Huelva. Y sin atravesar ninguna frontera.
El
autobús nos abandonó en medio de la ciudad y nos dirigimos al GoodMo Hostel,
que por cierto recomiendo encarecidamente. Hicimos el check-in, deshicimos la maleta y todas esas chorradas. Después, Ana
y yo huimos a pillar algo de comer porque todo el mundo había tenido la maravillosa idea de traerse un
bocadillo pero, obviamente, nosotros no. Un euro son aproximadamente 300 florines húngaros, por lo que es
un país en el que es fácil ser millonario. Según el tipo de cambio de hoy, solo necesitas 3352,17 euros, aunque
visto el percal tampoco es tarea sencilla. El caso es que es un coñazo de
moneda porque una cena te puede costar 1594 florines y acabas montando un show
de monedas y billetes variopintos para pagar un puto sandwich.
Dormimos
la siesta porque el día anterior no habíamos dormido gracias a un maravilloso
trabajo de la universidad. A lo tonto ya era la hora de la cena, en realidad las seis o siete de la tarde, en la que nos
iban a deleitar con lo que el folleto prometía: una cena gratis de
especialidades húngaras. En la cruda realidad nos esperaban varios platos de
plástico de lo que en España denominamos Patatas a la Riojana. El chorizo lo
habían sustituido por salchichas y habían triplicado la cantidad de pimentón. Yo
estaba aterrorizado porque sabían exactamente igual que las del comedor de mi
colegio. Alguna señora llamada Toñi estaba detrás de la barra, estoy
convencido.
El caso
es que causaron furor y se acabaron enseguida, así que tuvieron que pedir 20
pizzas para alimentar a hordas de Erasmus enfurecidos (y borrachos). Ana y
Amanda no tenían ganas de salir y yo estaba cansado, así que nos fuimos a
dormir pronto. Durante la noche fui atacado y me levanté en
pleno pánico porque pensaba que tendría que vivir la secuela de Gingerman. Pero
no, eran arañas mutantes cuya picadura dolía un huevazo pero no tenían interés
en invadir mi casa. No pude desayunar en el hostel porque como en mi habitación dormían
otras nueve personas, había cola para la ducha. Y los franceses tardan, de
media, cuarenta minutos en ducharse. Menos mal que Ana interpretó a Winona Ryder
y me robó uno de los mejores donuts que me he comido en mi vida.
La razón del
madrugón era un tour gratis por la ciudad a cargo de una chavala de infinitas
piernas y abrigo de pelo sintético. Empezó diciendo que era su primer día como
guía, lo cual me hacía presagiar que dejaría Hungría sabiendo lo mismo del país
que cuando llegué: Goulash, porno gay
y una democracia derrumbándose.
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