Me había pasado todas las
navidades en sudadera, pasando frío para que la gente creyese que Praga me
había hecho un hombre siberiano. Lo único que conseguí fue incubar un catarrazo
que te cagas, pero ahora los madrileños me respetan. En realidad cuando cogí el
avión en Barajas hacía más frío que cuando bajé en Ruzyně.
Los checos no dejan de repetir que ha sido un invierno excepcional, ilógico, tropical.
Para mí sigue haciendo frío, por mucho que ellos caminen en chanclas con
calcetines.
Me costó mucho adaptarme de nuevo
a la vida independiente. Todo el paisaje era de nuevo extraño, y eso es una
putada en un país en el que parece que las sonrisas cuestan dinero. Eso sí, los
vietnamitas del Potraviny de debajo
de casa nos recibieron con una fiesta. Son lo más amable que hemos conocido en
esta ciudad arisca y distante, pero siguen sin hacernos descuento. Por otro
lado, cuando nos fuimos para España dejamos toda la casa sin limpiar, y a la
vuelta nos encontramos con musgo en el váter y verduras mohosas en la nevera. Para
empezar con buen pie el nuevo semestre compramos un calendario de prostitutas
de los años 90 desnudas. Ellas, con su depilación brasileña, sus collares tribales
y sus raíces negras, vigilan el salón cuando salimos de casa.
Al día siguiente vino Golli, le
enseñamos las partes más destacables de la ciudad y todo eso. Luego yo me
dediqué a contarle chorradas como que la Mayonesa se inventó en Mahón pero
luego se la apropiaron los franceses como hacen con TODO lo relevante que
hacemos los españoles. Acabamos con las existencias de hierba del país para ver
vídeos de Mister Jägger y el Rubius. También jugamos al futbolín, y Ana y yo perdimos, claro. Salimos un par de veces, y los días que no
salimos, Golli se dedicó a hacer catas
de cerveza para diferenciar matices y mirar botellas a contraluz. Obviamente, a
partir de la cuarta, yo no era capaz de diferenciar ni la etiqueta. A mí todas
me saben a gloria. Si me hubieran puesto una lata calentorra de Carrefour Discount habría dicho que era
cerveza negra.
Yo andaba torturado con mi
trabajo final de Global Ethnographies sobre la identidad catalana, pero como
soy lo peor, nos fuimos a Berlín. Imprimí unas 400 páginas de textos y me metí
en el autobús. Solo fueron seis horas de viaje, pero juro que jamás había tenido
más frío que cuando pisé el suelo de la estación de autobuses. En ese momento
pensé que me iba a pasar los tres días envuelto en mi edredón del hostel como
un dürüm. Luego todo resulto mucho más sobrellevable de lo que esperaba.
Berlín es increíble. Es una
ciudad limpia dentro de un país limpio. Bueno en realidad el pasado alemán es
bastante sucio, pero al menos ellos se avergüenzan de sus errores. Es limpia en
su moral, en su arquitectura, en sus aceras. Yo me dediqué a dejar limpias
varias jarras de cerveza y a ensuciar váteres después de comer currywurst. Como
solo sabemos hacer los españoles, nos colamos en el metro para llegar hasta
Alexanderplatz. Cuando salimos a la superficie, pensé que estaba en Sochi. La
ciudad era una pista de patinaje sobre hielo. Había ambulancias y señoras postradas por los
suelos. Decidimos entrar al Burger King. En esta puta ciudad no hay wifi en
ninguna parte.
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