lunes, 24 de febrero de 2014

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Ya en el primer paseo por Berlín estuve dándole vueltas a cómo una ciudad sin centro histórico y donde todos los edificios son posteriores a la guerra puede ser tan bonita. Aprende, Albacete. Bueno, también es verdad que Berlín es la capital cultural de Alemania y preciosos museos acristalados con techo retráctil florecen en cada esquina. La primera parada fue para beber cerveza y comer salchichas, obviamente. Nuestro hostel era maravilloso y estaba en el centro de la ciudad. Bueno, bonito y barato. La recepcionista era de Barcelona, y siempre es un gusto que te expliquen las cosas en castellano en vez de asentir como si entendieses inglés con acento alemán.

Lo que más me sorprendió de Berlín es que los precios son similares a los de Madrid, incluso en cosas como el tabaco, que suele ser muy caro en los países desarrollados. Del precio de los alquileres no voy a hablar porque me enervo. La chica esta pagaba trescientos cincuenta euros al mes por un estudio en el centro. Visto así, San Sebastián debe ser Manhattan. Viva la cultura del alquiler, muerte a las hipotecas. Citando a ese gurú mainstream que es Risto Mejide, cuando alquilas no estás tirando el dinero, estás comprando tu libertad. Y bastantes jaulas hay ya en la vida como para fabricarte un zulo de gotelé en el que encerrarte los próximos cuarenta años.

Por la noche estuve hablando con la simpática recepcionista y definitivamente creo que Berlín puede ser mi ciudad durante un puñado de años. Además, después de conocer el checo, el húngaro o el polaco, el alemán se antoja un idioma sencillísimo. Al menos conocen la existencia de las vocales para separar consonantes. Por otro lado, son el país más cívico en el que he estado, y yo soy un abanderado del civismo como modo de vida. Y por último, en algunos bares se puede fumar e incluso fumar porros, lo cual es un MUST después de haber vivido en Praga.

Me encanta la nieve, pero definitivamente no es nada cómoda. Queda precioso que cuaje sobre el asfalto, pero andar por la acera debería considerarse deporte olímpico. Por la noche fuimos a una discoteca muy berlinesa, muy industrial y muy dark. Me cogí una cogorza legendaria y perdimos a Ana en una especie de mazmorras. Luego la encontramos y en el eterno camino de vuelta al hostel me dediqué a darle cientos de razones a Golli por las cuales NUNCA debería vivir en Madrid. Andábamos un poco sulfurados y obviamente nos caímos los dos resbalando con el hielo. En ese momento me hizo una gracia tremenda, pero al día siguiente me levante con un moratón en el culo del tamaño de Canadá.

Habíamos previsto levantarnos pronto y seguir visitando la ciudad de buena mañana. Teniendo en cuenta que llegamos al hostel alrededor de las cinco y que la calefacción estaba en modo grill, levantarse a la una no está tan mal. Mi alter ego de las resacas, Bocaseca Man, se abalanzó en calzoncillos sobre el primer grifo que vio. El día anterior había pasado bastante frío, así que me puse debajo del pantalón unos leggings que compré en el H&M hace unos años. Menudo cuadro. Era una mezcla entre Peter la Anguila y Miguel de Cervantes. Eso sí, aquí los molinos producen cerveza.

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