Mi regreso a casa distó mucho de
aquel video viral de una madre llorando porque su hijo exiliado vuelve a casa.
Amanda, Ana, Marcelo y yo nos levantamos pronto para coger un taxi al
aeropuerto. Sorprendentemente nos salió bastante barato porque Amanda se puso
farruca. Después de cuatro meses chantajeando taxistas, ya ha cogido
experiencia. Obviamente hubo drama aeroportuario porque la maleta de Ana
necesitaba un balón intragástrico, ya que había metido unos nueve kilos de
apuntes dentro. Al final acabaron en una bolsa de plástico y pudimos embarcar.
Viajar con Czech Airlines es un
gusto porque te dan un sándwich y bebidas durante el viaje en lugar de una
lista de precios al estilo Iberia. Eso sí, pusieron villancicos en checo durante
el aterrizaje y vi toda mi vida pasar como una película. Una película malísima
por cierto. Al llegar a Barajas, Marcelo olvidó pasarse por la aduana de
inmigración así que vivió ilegalmente todas sus vacaciones en Jaén.
Sinceramente, no esperaba una
comitiva de familiares y amigos con pancartas y tirándome confeti al llegar, pero
al menos confiaba en que mi padre se presentase a buscarme. Después de veinte
minutos, por fin aparecieron mi padre y mi hermana. Menos mal. De todas formas,
han sido unas navidades extrañas. Mi madre me recibió con un abrazo y una lista
de dramas familiares que ríete tú de las navidades de la Pantoja. Pero bueno,
supongo que es más cómodo estar lejos de casa, aislado de la realidad. De todas
formas, seguimos todos en pie. Y mi madre sigue inaguantable.
Mis amigos todos bien, como si no
hubiesen pasado cinco meses. Eso sí, nunca llegué a acostumbrarme a su volumen
de voz. Y ellos encantados de verme sufrir, repitiéndome una y otra vez la
frase “que europeo has vuelto”. Lo
que más rabia me da es que no pude verlos a todos el tiempo que me hubiese
gustado, pero bueno, conseguí mi objetivo de pasar 21 días en Madrid sin ser
multado por CUALQUIER cosa. No me hizo ninguna gracia volver a escudriñar luces
azules cuando me saco la chorra y esconder latas de cerveza debajo de bancos
cuando pasa un coche patrulla. Tampoco disfruté volviendo a un país donde todas
las conversaciones acaban derivando en la crisis.
Desde que huí, ya no me parece
normal que mis amigos cobren menos de cien euros por su trabajo. Tampoco me
gusta ver a la gente que quiero buscando monedas debajo del sofá para comprar
un cartón de leche. Pero bueno, lo peor de todo es que la gente ha asumido que
el futuro de España es ese, buscarse la vida hasta debajo del sofá. Yo desde
que soy europeo creo que tengo derecho a una vida digna. Pero está claro que no
la encontraré en mi país.
Han sido unas navidades etílicas,
llenas de risa, de comida, de mañaneos, de empujones para seguir disfrutando de mi
experiencia. Cuando te largas, la gente piensa que no echas de menos nada, que
tu vida es tan frenética y sorprendente que te olvidas de todo lo que viviste
antes. Y no. Siempre viene bien ver a todos los que quieres, beber cerveza y
ponerse al día. Sobre todo cuando te das cuenta de que en el resto de Europa no
tienen ni idea de lo que es la amistad. Amistad es que el tiempo pase y nada
cambie. Amistad es que todo siga como lo dejaste antes de partir.
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