jueves, 6 de febrero de 2014

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Mi regreso a casa distó mucho de aquel video viral de una madre llorando porque su hijo exiliado vuelve a casa. Amanda, Ana, Marcelo y yo nos levantamos pronto para coger un taxi al aeropuerto. Sorprendentemente nos salió bastante barato porque Amanda se puso farruca. Después de cuatro meses chantajeando taxistas, ya ha cogido experiencia. Obviamente hubo drama aeroportuario porque la maleta de Ana necesitaba un balón intragástrico, ya que había metido unos nueve kilos de apuntes dentro. Al final acabaron en una bolsa de plástico y pudimos embarcar.

Viajar con Czech Airlines es un gusto porque te dan un sándwich y bebidas durante el viaje en lugar de una lista de precios al estilo Iberia. Eso sí, pusieron villancicos en checo durante el aterrizaje y vi toda mi vida pasar como una película. Una película malísima por cierto. Al llegar a Barajas, Marcelo olvidó pasarse por la aduana de inmigración así que vivió ilegalmente todas sus vacaciones en Jaén.

Sinceramente, no esperaba una comitiva de familiares y amigos con pancartas y tirándome confeti al llegar, pero al menos confiaba en que mi padre se presentase a buscarme. Después de veinte minutos, por fin aparecieron mi padre y mi hermana. Menos mal. De todas formas, han sido unas navidades extrañas. Mi madre me recibió con un abrazo y una lista de dramas familiares que ríete tú de las navidades de la Pantoja. Pero bueno, supongo que es más cómodo estar lejos de casa, aislado de la realidad. De todas formas, seguimos todos en pie. Y mi madre sigue inaguantable.

Mis amigos todos bien, como si no hubiesen pasado cinco meses. Eso sí, nunca llegué a acostumbrarme a su volumen de voz. Y ellos encantados de verme sufrir, repitiéndome una y otra vez la frase “que europeo has vuelto”. Lo que más rabia me da es que no pude verlos a todos el tiempo que me hubiese gustado, pero bueno, conseguí mi objetivo de pasar 21 días en Madrid sin ser multado por CUALQUIER cosa. No me hizo ninguna gracia volver a escudriñar luces azules cuando me saco la chorra y esconder latas de cerveza debajo de bancos cuando pasa un coche patrulla. Tampoco disfruté volviendo a un país donde todas las conversaciones acaban derivando en la crisis.

Desde que huí, ya no me parece normal que mis amigos cobren menos de cien euros por su trabajo. Tampoco me gusta ver a la gente que quiero buscando monedas debajo del sofá para comprar un cartón de leche. Pero bueno, lo peor de todo es que la gente ha asumido que el futuro de España es ese, buscarse la vida hasta debajo del sofá. Yo desde que soy europeo creo que tengo derecho a una vida digna. Pero está claro que no la encontraré en mi país.

Han sido unas navidades etílicas, llenas de risa, de comida, de mañaneos, de empujones para seguir disfrutando de mi experiencia. Cuando te largas, la gente piensa que no echas de menos nada, que tu vida es tan frenética y sorprendente que te olvidas de todo lo que viviste antes. Y no. Siempre viene bien ver a todos los que quieres, beber cerveza y ponerse al día. Sobre todo cuando te das cuenta de que en el resto de Europa no tienen ni idea de lo que es la amistad. Amistad es que el tiempo pase y nada cambie. Amistad es que todo siga como lo dejaste antes de partir.

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