Estoy un
poco agobiado porque se me echa encima la semana de exámenes y trabajos finales
y no ando muy motivado. Tampoco es que los exámenes sean especialmente
difíciles, pero tengo cero ganas de ser productivo, así que este fin de semana
hemos decidido recuperar la juventud y la vitalidad. El viernes celebramos un
cliché, la Spanish Party, ese
engendro culinario que organizan todos los españoles de Erasmus para dejar
flipaos a los extranjeros con cuatro chorradas.
Hice ensaladilla
rusa, gambas al ajillo y patatas alioli. Amanda hizo tres tortillas y ensalada
de pimientos. Ana durmió la siesta y al levantarse hizo pan tumaca medio
desnuda. Por otro lado hubo pork rave,
con chorizo, jamón, fuet y tal. También melón con jamón. La sangría salió
regular porque obviamente el vino aquí no es como en España, pero a nadie
pareció importarle. Amanda había propuesto que mancillásemos la paella, pero se
lo prohibí explícitamente, que suficiente sufre la pobre siendo violada en
cientos de chiringuitos, menús del día y secciones de platos preparados.
La fiesta
se dividió entre los que preferían beber a comer y los que podrían haber estado
atados a la pata de la mesa. Yo me lo pasé muy bien, vaya. Al día siguiente me
levanté rollo walking dead y me
arrastré hasta la cocina para conseguir algo de agua. Todavía no hemos
recogido, y está el piso que parece la Guerra de Kosovo. Hay hasta cadáveres y
miembros seccionados por ahí. Fatal. Durante toda la tarde nos dedicamos a ver
tutoriales de peinados en Youtube. Lo que pasa es que en el neceser de Ana hay exactamente
tres horquillas, un peine y una goma de pelo, así que quedó un poco princesa low cost.
Llegamos
una hora tarde al cumpleaños de Vivien y cuando llegamos ya había gente
vomitando. Ana decidió no parar de liarse porros, y fue una idea terrible,
porque hacía tiempo que no estaba tan fumado. Se me caían las lágrimas de la
risa porque todo era un espectáculo. Un lituano sin cejas guapísimo le regaló a
Vivien una taza, una botella de vino, unos bombones y unas botellitas de vodka
al tiempo que le decía “nice to meet you”.
De verdad, cuanta bondad desinteresada hay en el mundo.
Luego había
una eslovaca muy maja que no paraba de hacerse Bongs, un polaco insoportable y
personajes variopintos. Resulta que el chico más guapo que jamás habíamos visto
en nuestra vida era de Tayikistán (sí, he buscado en Google). Yo me imaginaba a
sus habitantes estilo Borat, pero resulta que no. Después viví una de las situaciones
más absurdas de mi vida: dos personas contándome a la vez que eran fieramente
veganas mientras comían nuggets. También
fue la primera vez en mi vida que vi a una china fumar porros. Bueno, en
realidad era coreana y no dejaba de decir “cooooool”.
Nunca había visto a una persona despierta con los ojos tan sumamente cerrados.
Descartes no habría sido capaz de discernir si estaba en sueño o en vigilia.
Otro
personaje espectacular era una señora así como Tamara Gorro en versión incluso-más-choni
a la que apodamos La Leona. Sus aportaciones fueron: apoyarse llorando en el
marco de una puerta diciendo que solo conseguía ser graciosa cuando bebía,
desmayarse sobre una pared y quedarse dormida en la puerta del baño impidiendo
el paso. Por otro lado, estuvo toda la noche (antes de morir, se entiende) haciendo el paso
de baile que hace Madonna en el videoclip de Hung Up, así que también recibió el sobrenombre de La
Rana.
Llevaba
toda la semana ocultándole a Ana que Marcelo venía el sábado, así que cuando
llegó fue como un episodio de Hay una cosa que te quiero decir. Lo único que
Ana estaba completamente fumada y no quedó tan romántico. Ellos se largaron a
casa a repoblar el planeta y yo con los irlandeses al SaSaZu, que es una discoteca que está donde
Cristo perdió el sombrero. Concretamente cogimos tres tranvías diferentes para llegar. Me lo pasé genial, pero John me invitó a
un chupito de algo horrible y me tuve que pedir un gintonic para sobrellevar el drama. Y claro, vas sumando copas y la lías.
Total, que
me quedé dormido en un sofá con Lucia y el puertas nos acompañó amablemente a la puerta. Vino Lulu a por nuestros tickets del ropero para darnos nuestros
abrigos pero resulta que Lucia no tenía el suyo, así que nos turnamos mi
Columbia para no morir de hipotermia. No sé cómo cojones conseguí encontrar el
bus correcto, pero después de una hora conseguimos llegar a casa. Me comí un Big Mac con patatas y
Coca Cola y le eché la chapa a Lucia hasta que el tranvía a su casa volvió a
estar operativo. Me dormí y hoy me he levantado con resaca doble, así que no se
cómo voy a hacer todo lo que tengo que hacer esta semana. Dame fuerza,
Virgencita.
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